Por: Juan Carlos Mortati
En medio del desasosiego de una gestión de
Gobierno exhausta, como lo pretenden y expresan, casi con exclusividad, ciertos
medios periodísticos, el clima de fiesta y la participación popular alcanzada
el pasado sábado en la Plaza
de Mayo, parece una medición para nada despreciable en los prolegómenos de una
etapa electoral que
está tomando forma paulatinamente.
El Gobierno Nacional tenía dos pilares de
gran importancia que sostenían la convocatoria. La fundamental, conmemorar 203
años de la gesta emancipadora del 25 de Mayo de 1810, donde las primeras ideas
de Independencia comenzaron a cristalizarse a través de la constitución de la Primera Junta de
Gobierno, embrión de una epopeya heroica que se trasformaría en nuestra querida
Argentina. La otra motivación de la convocatoria a la histórica Plaza, era más
cercana, tenía apenas 10 años de vida y acopiaba en ese recorrido un tiempo en
el que tres gestiones de Gobierno marcaron
una etapa distinta, una época donde se avanzó proyectos políticos,
impensados en aquel 25 de mayo de 2003, -luego de las dificultades y la severa
crisis del 2001-, en que el Justicialismo asumía el compromiso institucional de
una nueva gestión. En esa jornada, en que Néstor Kirchner, -toda una
incógnita-, recibía los atributos presidenciales de mano de Eduardo Duhalde,
cualquier mirada hacia el futuro tenía el signo de una insondable utopía.
VIBRACIONES Y CERTEZAS. EL DISCURSO.
El ambiente festivo
y de celebración que vivieron la
muchedumbre, la gente, familias, los grupos militantes, infinidad de rostros
jóvenes, la miscelánea popular, durante la tarde y la noche del último sábado
lejos estuvo de representar la palpitación de “un fin de ciclo”. Por el
contrario, la algarabía, los cánticos y las motivaciones se referenciaban en un
sinceramiento profundo de convicciones, de gratitudes, de identificaciones con
la perdurabilidad de un tiempo valiente de realidades ganadas, de espacios
vivenciales recuperados, de dignidades acrisoladas por una inclusión sin
dogmatismos blandos de historia, ni carentes de la madurez de valores
reivindicados.
Era la vibración y
la certeza de saborear los resultados de una década ganada al infortunio, a la
negatividad, al escollo que impedía la existencia de “un pueblo feliz en una
Argentina grande”, de “no nos quitarán el sueño de lograr una Argentina
distinta, un país mejor” (sí, es la frase que repetía Perón, y la otra de Raúl
Alfonsín, en respuesta a las fustigaciones del Diario Clarín).
Cristina Fernández
de Kirchner habló durante poco más de 45 minutos. “Su recorrido es,
naturalmente, largo. No cambia mucho frente a las masas o en un escenario”. Fue
contundente “su
análisis de lo que quieren significar sus adversarios por “fin de ciclo”. No es
el relevo de un gobierno, explicó, sino el arrasamiento de las conquistas y
realizaciones de la década”. Y completó más adelante, Son ellos, los que
“vienen por todo”. Un “todo” que se refiere a derechos y avances, no a la
sustitución institucional de una protagonista. Lo que está en jaque, aseguró,
es un abanico de derechos”.
Un
argumento fue categórico:
“No soy eterna y
tampoco lo quiero”, adujo y repitió un par de veces que es imprescindible “empoderar
a la sociedad de estas reformas y conquistas”. Estas expresiones contienen dos
aspectos. El primero, una definición categórica hacia el futuro personal de la Presidenta. El
segundo, la misión de la gestión de gobierno: fortalecer las condiciones y el
nivel de oportunidades de la gente, favorecer la participación y la
consolidación de los valores fundamentales que propicien políticas orientadas
al desarrollo y el crecimiento económico y social.
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