Por: Juan Carlos Mortati
A un siglo
de aquel acontecimiento, que marcó un hito para
la agricultura nacional, podemos ver otras posibilidades, otra coyuntura, otra
Argentina. En la actualidad, aún con una perspectiva de merma, la producción
agrícola del país ronda las 100 millones de toneladas anuales, abriendo inéditos
caudales de industrialización y exportación para el sector.
La segunda
década del Siglo Veinte se abría espléndida a la ubérrima tierra santafesina haciendo par con el
esfuerzo de pequeños agricultores, en su mayoría llegados con la oleada
inmigratoria del otro lado del Atlántico. Eran tiempos de esfuerzos sin
límites. El precario aporte tecnológico exigía a pleno a familias enteras, que
se aferraban al quimérico sueño de “hacer la América”.
Desde los
propios, los nacionales, también el esfuerzo tenía la dimensión de un tiempo
titánico, donde todo estaba por hacer.
Las áreas
maiceras y trigueras se habían expandido favorecidas con la ampliación de la
red ferroviaria, que aseguraba su traslado a los centros de acopio y al puerto
exportador de Buenos Aires.
“La estructura social del
campo en el momento en que se desata la rebelión, estaba integrada por
terratenientes, arrendatarios y subarrendatarios. Estos últimos se encontraban
sometidos a los terratenientes a través de contratos que establecían, entre
otras cosas, rentas impagables y la obligación de comprar herramientas e
insumos a quien el terrateniente mandare, e imponían al colono las
responsabilidades de una mala cosecha. Se llegó a un punto en que, por más que
el colono trabajara de sol a sol y por buena que fuera la cosecha, al final de
ésta no le quedaba ni lo más elemental para subsistir”, tal cual nos narra un
“Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas”, que recopila un
extenso estudio realizado por el catalán Juan Bialet Massé, sobre el
infrahumano trato a los colonos y obreros rurales.
No sólo resabios de aquella
inveterada ley de Enfiteusis, sino otras legislaciones arbitrarias otorgaban
títulos de propiedad sobre tierras productivas, bajo el compromiso de
incorporar a grupos de inmigrantes a esos predios. Era el pleno período del
modelo del país agroexportador.
UNA HUELGA CON SENTIDO HEROICO
El proceso que desencadenó
en el Grito de Alcorta fue muy complejo, casi la totalidad de los arrendatarios
y medieros eran inmigrantes italianos y algunos españoles (en algunas zonas
llegaban al 80%), y en esas franjas rurales primerizas la necesidad de
prosperar llevaba al individualismo y a veces, a la desconfianza, lo que no
hacía fácil la organización de gremios afines. A su vez la Ley de Residencia, que permitía la
deportación de extranjeros, causaba mucha incertidumbre, sobretodo en esas
familias que habían llegado escapándole a la hambruna europea. Pese a esas
circunstancias, a principios de 1912 los chacareros comenzaron a tener sus
primeras reuniones, acompañados por los sindicatos de estibadores y oficios
varios, los Centros de Estudios Sociales dirigidos por los anarquistas y los braceros (“linyeras”, el
que llega del linde o límite, ambulante), que venían de una gran tradición de
lucha y penurias.
Los galpones del
ferrocarril, el sótano de alguna casa o los locales de la Sociedad Italiana
fueron los primeros puntos de reunión donde se tomaron las decisiones del
levantamiento de los agricultores.
La cosecha, sobretodo
maicera, del año 1912 dio un resultado formidable para esa época, sin embargo
los chacareros se encontraron al final, después de cancelar sus deudas, que sus
ganancias eran exiguas.
La movilización ruralista
había tenido su iniciativa en los campesinos de Alcorta, encabezados por Javier
Bulzani y contaban con acompañamiento de agricultores de La Adela, Bigant, Firmat y también con el apoyo de los curas párrocos de la población y de la
localidad vecina de Máximo Paz, los hermanos José y Pascual Netri. Otro
hermano, el abogado Francisco Netri, participó activamente en la asamblea,
impulsando a los chacareros a constituir su organización gremial autónoma, que
poco tiempo después culminaría en la creación de la Federación Agraria
Argentina, cuyo primer presidente fue Antonio Nogueras, un aguerrido catalán
anarquista.
En las instalaciones de la Sociedad Italiana
de Socorros Mutuos de Alcorta, el 25 de junio de 1912, se realizó la
asamblea con la presencia de alrededor
de 300 agricultores, declarándose una huelga por tiempo indeterminado. El planteo exigía
varias reivindicaciones, como 1) “la rebaja general de los arrendamientos y
aparcerías; 2) entregar en las aparcerías (el campo arrendado) el producto en
parva o troje, como salga; 3) contratos por un plazo mínimo de 4 años”.
El movimiento que duró casi
dos meses se expandió y tuvo repercusiones en zonas de Córdoba, Buenos Aires y
La pampa. La consigna propiciada por el abogado Netri, de un perfil más
moderado, fue de “justicia, no
rebelión”, sustentándola en un planteo eminentemente gremial, en contrapunto
con algunos posturas más fundamentalistas de algunos dirigentes socialistas.
LA TIERRA, FRUTO DE QUIEN LA TRABAJA
Las represalias de los
terratenientes no tardó en llegar y los huelguistas comenzaron a sufrir sus víctimas. En Firmat, durante un
acto fueron asesinados los dirigentes agrarios anarquistas Francisco Mena y
Eduardo Barros. En Rosario, era asesinado por un sicario el abogado Francisco Netri, unos años más tarde.
Los hechos dramáticos y
violentos no impidieron que el movimiento de los agricultores fuera logrando
cada día más adhesiones. A los respaldos iniciales se fueron sumando la
comprensión de los profesionales y amplios sectores populares. Los terratenientes
comenzaron a sentir paulatinamente las pérdidas económicas y a ceder en sus exigencias, renegociando
arrendamientos más accesibles. De todos modos los progresos fueron lentos. Los
dueños de las tierras buscaban mantener el control a través de los precios de
los insumos y manteniendo algunas restricciones.
“El Grito de Alcorta, si
bien no modificó sustancialmente la estructura agraria, favoreció el
surgimiento de organizaciones campesinas en otros lugares del país, como la Liga agraria de Bahía Blanca y la Liga Agraria de La Pampa, las que participaron junto a la FAA de un congreso
nacional campesino donde, además de los reclamos puntuales a los terratenientes
y comerciantes, se reivindicaron los postulados de la Revolución mexicana encabezada por Emiliano Zapata. Por primera vez en la Argentina se enarboló
el principio de que “...la tierra debe pertenecer en propiedad del que la
trabaja...”
Desde
aquel país de perfil agroexportador a una actualidad que intenta consolidar un
modelo productivo generando valor agregado y demanda sostenible, corrió mucha y variada agua bajo el puente, nada más
y nada menos que nuestro historial, el de un país que hoy conforma el elenco de
las nuevas economías emergentes, con muchas dificultades en ese intento y otros
tantos objetivos por lograr. El de máxima: convocar voluntades y compaginar
intereses y demandas tras los proyectos y justas ambiciones, que nos
representen e identifiquen como una Nación que ha puesto todo su esfuerzo en
consolidar un modelo de producción e industrialización, como ejes dinámicos del
crecimiento económico y de un desarrollo integrador de todos los sectores.
(Material consultado notas
y trabajos de Cecilia Hopkins, Juan
Bialet Massé, Aníbal Arcondo, Humberto Volando y el autor teatral César Brie)