jueves, 17 de mayo de 2012

A 38 años del asesinato del "padre Mugica"

ENTRE DOS FUEGOS

Por: Juan Carlos Mortati.

               Varios disparos de una ametralladora “Ingram MAC-10” le perforaron el abdomen y el tórax. Falleció a los pocos minutos cuando era trasladado a un Hospital cercano al lugar.
Hacía no más de media hora que había celebrado misa en la Iglesia  San Francisco Solano, del barrio de Villa Luro de la Capital Federal. Lo emboscaron cuando subía a su Reunault 4L Azul, que usaba para trasladarse. Era la tarde de un 11 de Mayo de 1974.
Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe, simplemente “El Padre Mugica”, fue un sacerdote argentino vinculado al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y un ferviente arquetipo de las luchas populares de la Argentina de las décadas de 1960 y 1970.  La mayor parte de su labor comprometida con los grupos humildes la desarrollo en la Villa llamada del Puerto, luego Villa “31” de Retiro, donde fundó la parroquia Cristo Obrero, donde hoy se encuentra su tumba.

UN HOMBRE AMPLIO

  Tuve oportunidad conocerlo. Solía llegar en las tardes futboleras en la canchita del Seminario Metropolitano, de la calle José Cubas, habitualmente los martes o jueves. Siempre aparecía acompañado por algún jugador profesional de entonces. El tucumano Rafael Albretch, el que jugo en San Lorenzo y la Selección; el de los penales infalibles. Orestes Corvata, el “Chiquito” Pando, aquel de Argentinos Jrs. y River.  Pandolfi, uno que jugaba en Chacarita. Dos chicos de las inferiores de Racing, o algún otro que siempre recolectaba entre sus recorridas y amistades.
  Era un personaje amplio. Tanto llegaba para jugar futbol, como para dar una charla sobre el movimiento tercermundista o contar las experiencias en los barrios. O bien, sorprendentemente, aparecía con el cardenal Antonio Caggiano, Arzobispo de Buenos Aires,  de quien era uno de sus secretarios, que en el  posicionamiento social estaba en la antípodas de lo que practicaba Mugica.

  Mugica, venía de una familia de alcurnia de Buenos Aires. Era hijo de Adolfo Mugica —fundador del Partido Conservador por el cual fue diputado durante el período 1938-1942 y Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno de Arturo Frondizi en 1961— y
de Carmen Echagüe —hija de terratenientes adinerados de Buenos Aires— era uno de los siete hijos que tuvo el matrimonio.

“A los 21 años abandonó los estudios universitarios de Derecho para ingresar en el Seminario Metropolitano de Buenos Aires. Inmediatamente después de ser ordenado presbítero, pasó un año junto al obispo (más tarde arzobispo) de Resistencia, monseñor Juan José Iriarte. Luego fue designado vicario cooperador de la parroquia Nuestra Señora del Socorro, con funciones en la secretaría del cardenal Antonio Caggiano, mientras actuaba como asesor de jóvenes universitarios  y profesor de Teología en la Universidad del Salvador. En 1954 comenzó a trabajar fervientemente en la asistencia de familias empobrecidas desde la parroquia de Santa Rosa de Lima, en la ciudad de Buenos Aires, sintiéndose progresivamente cercano al movimiento político denominado peronismo y algunas ideas de Ernesto Che Guevara y de Mao Zedong ( Mao-Ttse-tung)”
Además de su tarea pastoral en la  llamada Villa del Puerto que entonces ocupaba los terrenos linderos al ferrocarril que rodeaban el edificio de depósito del Correo, en la década del 60 Mugica era asesor espiritual de la Juventud Estudiantil Católica del Colegio Nacional de Buenos y  también de la Juventud Universitaria Católica de la Facultad de Medicina.

AIRES RENOVADOS

   El Padre Mugica contextualizado con un tiempo que motivó una generación que buscaba un mundo distinto,  se idealizó en  un compromiso social que propiciaba un cambio mundial. Esas ideas fue la que inspiraba en los jóvenes  a quienes transmitía  la cosmovisión de Pierre Tehilar de Chardin, el compromiso de Emmmanuel Mounier, Yves Congar y Michel Quoist, el creador de aquellas “Oraciones para rezar por la calle”. Teólogos de cabecera

de las nuevas generaciones, participantes de una concepción evangélica renovada. Eran también los tiempos expectantes  del Concilio Vaticano II, que abrigaban la esperanza de una instancia que abría las puertas de una etapa distinta y con aires nuevos para la Iglesia del Catolicismo a nivel mundial.
   Mugica se identificó con esa corriente de pensadores que auspiciaban una profunda y real liberación social, sustentada en la recuperación de los valores y la auténtica dignidad para la humanidad.
    Pero la historia no tiene un derrotero tan lineal como pretendemos. En muchas partes del mundo y por supuesto en nuestra América latina, “la absurda opción del occidentalismo cristiano”, como lo diría Arturo Jauretche, y quienes se apropiaron de ese mesianismo  volvieron a trastocar los rumbos de la sociedad, provocando lo contrario al orden impoluto pretendido, la reacción y la violencia de los sectores postergados.
Mugica prefirió no sumarse a esa escalada beligerante y siguió sosteniendo sus ideas desde el constante trabajo pastoral y social en los barrios y la villa de Retiro. El precio de esa opción  fue su propia vida y lo cobraron quienes desde la impotencia y la necedad  no creían que la historia se construye desde muchos y variados caminos.
En unos de sus tantos apuntes, dentro de su peculiar estilo de oración, Carlos Mugica dejó escrito “Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no. Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre. Señor, quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos. Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz.”  Esa luz ,seguramente, es la que él pretendía que iluminara permanentemente su tarea y que surgía de los dos fuegos que encendieron su vida: la fe en el mensaje de la “Buena Nueva” y el compromiso con los que menos tienen
                                       Material consultado, “Entre dos fuegos.Vida y asesinato del Padre Mugica”, Martin De Biase.

adenoticias@yahoo.com.ar

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