miércoles, 12 de octubre de 2011

Y oí, lo que debía oir




 Por: José Silva
   Y así fue como esperé y esperé, lo suficientemente como para que aquel sonido que debía provenir de El Arroyo me hablase. Sin embargo, lo que oí fue el bufar del agua cuando besaba la orilla o contra las piedras golpeaba. A veces con furia y otras con suavidad.
   Hasta que, una voz inesperada me llegó desde lejos. Era el resoplo de la Gran Sinfonía que iba y venía, esfumándose en el aire o dentro. Tan dentro que:
   -No todo lo que se busca se consigue de una sola vez -le escuché decir-. Vale la pena darse los mismos tiempos. Recuperar lo perdido, reconocer el esfuerzo, consolidar los vínculos, aprender de los errores. Es hincharse de orgullo y beneficiarse con la sinceridad. Es acercarse sin hablar, mirándose con el corazón y oyéndose con la generosidad. Vale más todo lo que tienes, que lo que no hayas alcanzado todavía. Aplica todo lo que sepas, rehusando consolidarte con el orgullo. Superar lo que se yerra, evitándo sentir el peso de la angustia. Caer, pero volver a levantarse. Sin tiranía, sin soberbia, sin injuria, sin egoísmo. Valorándose, echándose las culpas y haciéndose cargo de uno mismo. Arriesgando cuantas veces sea necesario. Mirándose dentro. Amando al enemigo, queriendo la armonía, ejerciendo la verdad y desechando la mentira. Y cuando esto, y mucho más ocurra, no resignes; conócete y perdona. Quizá entonces obtengas el permiso para ser libre. Haciéndote cargo de tus propias emociones, sin que la realidad te turbe, sin que perpetúe la tristeza, sin que la avaricia y la desazón sea el refugio del vacío y el escenario, el caos. Sin dejar los tantos fragmentos que se deba unir y sin llegar a perder la identidad ni la integridad. Todo ello y cuánto exista por mirar, se lo lleve a cabo de una sola manera: dejando que la voz del corazón hable con las palabras del alma. Porque la ambición no es aventurarse a la incertidumbre, cuando es la inseguridad la que enferma y desorienta, llevándote a la tierra del nadie y la nada. Por ello, sólo escucha la voz del corazón, cuando hable con las palabras del alma. Entonces, huirás de una angustiante soledad y de la frustrante infelicidad. Porque mientras no se seduzca a la emoción, se distorsionará a la ilusión. Oscurecerá la identidad y te inventará un engaño. Comprobando que todo lo buscado no se lo consigue de una sola vez; hay que sentirlo y desearlo también con la misma fuerza con que cada día nuevo se intente vivir, como si éste fuera el último; y como último, el único. Haz que el deseo toque el oasis de la locura y en su furia cruel, sus malos pensamientos retrate. Llega a ser las alas de un pájaro mágico y con los deseos hechos pedazos, aspires respirar aires nuevos. Oye todas la enuncias, todas juntas para no callar las voces del recuerdo, ni que el espíritu reclame otro cantar. Intenta ser parte de la tierra, del viento, de la fecunda semilla que en fruto alimente la razón. Sé aquél, quien tome una mano cansada y le ayudes a dibujar las líneas de su anhelado horizonte. Quién corrija las faltas con lápices de colores, sin que utilices los borradores de la pereza; quien le hable, cuando no entienda y sea aquél, quien te escuche sin resabios. Quien lo aliente y lo consuele, lo mimes y lo adoptes, con la misma infinidad, cuán sueños en noches de dulces almohadas y cuán sueños todavía debas intentar soñar.
   Y así, con la cálida brisa marina el amanecer me halló durmiendo en los altos médanos de arena y verdor. Una interminable sinfonía de olas rugiente, acariciando la costa y, mojándome los pies, entre vuelos de gaviotas y silencios de caracolas. Donde me quedé para escucharla.
   Y oí, lo que debía oir.

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