domingo, 16 de octubre de 2011

El Payaso





 Por: José Silva


   El Payaso, a pesar de ser alguien cualquiera, no lo era. Porque no podía serlo cuando su mayor anhelo era justamente llegar a ser la cofradía de hermanar, unir y armonizar, a través de la alegría que despertaba con su simpatía. Cuando entre sus semejantes veía un rostro triste, hacía las bromas más ocurrentes hasta despertarle una sonrisa. Y como premio, le entregaba un guiño de ternura que extraía de su interior, arrancando risas que llenaban de luz toda la superficie.
   Conmovido por el resultado, Soledad, su amiga, determinó que aquella acción debía gritarla a los cuatro vientos. Hecho esto, fue ignorado por el ignorante y se entristeció de ello. Igual anduvo durante mucho tiempo, regalando a quien le pidiese, latidos y voces de un corazón alegre y vivo.
   Al poco tiempo fue tan dichoso, que las horas que debía estar consigo mismo y su familia, las invirtió todas en aprender cosas nuevas para los demás. Cuando no se hallaba creando colores o monólogos, se le veía diseñando trajes nuevos o, alegrando almas en penas hospitales adentro o rescribiendo, palabra por palabra, alguna otra historia que luego daba a leer.
   La misma que aprendió de la vida, la única que el destino le había enseñado. Convivir con la realidad tal como ella es, aunque a veces, ésta sea bocado de la ficción. Sin embargo, su deseo era mejorar el idioma, querer romper el hechizo por alcanzar a tocar alguna vez una quimera, o perseguir un ideal. Y si era preciso, defender la idiosincrasia, sin pelearse con lo que consideraba viable y constructivo, la dignidad.
   Sus compañeros le querían y respetaban. Pero también había quiénes le envidiaban y se contentaban de que cometiera errores. Pequeños fallidos artísticos que el público desconocía.
   -No sabe nada –comentaban a sus espaldas-. Es un ignorante.
   También los conocidos, a su modo, claro, se lo daban a conocer.
   -No te dejes vencer –le decían-. Sabes que puedes dar más.
   -Nada es eterno en la vida –dijo-. Algún día se hará vacío y ya no tendrán más que decir.
   -La vida es pesada cuando no se tiene la fuerza necesaria para llevarla con orgullo y esperanza –destelló el Espejo.
   -Aprovechémosla mientras dure entonces –rápido el Payaso.
   -Mientras la debilidad perdure, perdurará la humillación –enfatizó el cristal, destellando un haz azul, con la luz que provenía de la carpa-. ¡No te has defendido cuando debiste hacerlo!
   -¿Cómo? –preguntó.
   El aire se llenaría de aplausos y el rostro del payaso volvería a vislumbrarse en la transparencia del cristal, resaltando los colores del fino maquillaje. Otra noche maravillosa donde se esperaba la actuación de quien se consideraba el Mejor Payaso del momento.
   -Dejándose llevar por el placer de los sentidos –dijo el Espejo.
   -Nadie lo creería y más criticado sería todavía –contestó sin el menor resentimiento-. Qué se dice en tales circunstancias, ¿un sí aceptable o un no mentiroso?
   -La mentira apenas dura lo que dura una mentira.
   -Y yo ya no estoy de ánimo para seguir mostrando las miserias, con tal de ser comprendido o aceptado –aseguró el cómico, sacudiendo la cabeza-. Es mi risa lo que busco. Otra cosa no.
   -Como quieras –replicó el Espejo con tristeza en la voz.
   -¡No puedes decirme eso! –exclamó el Payaso-. Son ellos los que no están decidido aún.
   -Lo sé –asintió.
   -Es a mí a quien le falta la herramienta de trabajo –protestó.
   -No soy yo quien determina el grado de tal delito –se excusó aquél.
   -Pero convengamos que soy yo quien siempre respeta las limitaciones –dijo el Payaso, haciendo ademanes-. ¿Qué más podría hacer de lo que he hecho? Y a eso, también lo sabes.
   Y recordó las primeras subidas al trapecio, motivado por la angustia. A las sogas sin redes, en busca de olvido, ese mismo olvido que jamás halló. Aunque la altura le permitió mirar hacia abajo y ver a aquella bella mujer de ojos claros, a la que le sonrió; pero no como ella le sonreía a la platea vacía, en el ensayo general.
   -No sufras –se apiadó con dulzura.
   -No sufro –confesó el Payaso-. Dudo.
   -¿De qué? –le preguntó otra  mujer al paso, inclinándose ente el cristal para desaparecer así como así.
   -Solamente yo seré quien busca esperanzado hallar la alegría que me ha sido robada, cómo otros tantos qué habrá por ahí, ¿no? –a ciegas, mientras se pintaba los párpados.
   -No lo dudes –dijo el Espejo reluciente-. Los hombres siempre están buscando algo. Sea en el otro o en sí mismos. Pero para ello hay que estar predispuesto a aceptar las leyes del juego.
   -¡Más todavía! –le exclamó el Payaso-. ¡Hasta cuándo!
   El espejo no ignoraba todo lo que el payaso había padecido. Él vio como todas las noches se pintaba el rostro con trazos multicolores distintos, tapando aquellas amargas emociones que le perturbaban.
   Dado que a lo largo de su vida, había bajado pendientes desniveladas, cañadones inundados y quebradas recortadas; saltado piedras filosas, precipicios interminables y peñascos intransitables; cruzado puentes abandonados, arroyos peligrosos y desfiladeros vertiginosos; atravesado arbustos cerrados, montes vírgenes y sembrados contaminados; recorrido canteras viscosas, pantanos tenebrosos y pozos interminables; trepado árboles espinosos, barrancas recortadas y escaleras debilitadas. Cuando había visto, soportado y padecido vientos huracanados, como diluvios insostenibles y tormentas espléndidas. Sin que nadie lo detuviera, ni nada le contuviese. Con tal de hallar la bendita respuesta que con tanto júbilo venía buscando desde hacia mucho tiempo.
   -Presumo que ha de ser tal como el inagotable árbol naciente que no cesa de dar frutos, y a quien la fuerza natural de la vida, le recompensa, dándole el don de la sabiduría –expresó el Espejo.
   -¿Y qué de los frutos podridos? –preguntó el Payaso.
   -Recógeles... y aprovecha las partes buenas –respondió.
   -¿Y las malas?
   -Cultívalas –replicó el Espejo-. No las ignores. Devuelve a la naturaleza lo que con paciencia la naturaleza nos lo da.
   -¡Cómo lo haré! –confundido-. Estoy desprovisto de herramientas. Siempre sé hacia dónde ir. Pero esta vez...
   -Piensa –fue la respuesta-. Pieeensa...
   Desconocía lo que el futuro le deparaba. Sólo había aprendido a estar atrapado en su mundo, y no, a resistir los obstáculos que le impedían avanzar.
   - ¿En qué, en quién? –se dijo, agregando-. ¿En tú sabiduría?
   -No. En como la materia descompone al fruto y el fruto alimenta a los gusanos y éstos, a las aves de rapiña y a la carroña.
   -Y luego –preguntó el Payaso interesado en hallar el punto exacto para recuperar lo que se le había sustraído, a horas de entrar a la pista de aserrín, en el Gran Circo de la Vida-, ¿qué?
   -Nada –contestó el Espejo-. Solamente aguardar la próxima estación y recoger los frutos con el punto exacto de su madurez.
   -Mientras tanto. ¿Dónde está la alegría qué yo necesito? –replicó-. ¿Cuál es entonces la enseñanza qué se me muestra?
   -La fe.
   Si bien nunca la había perdido, es cierto que a veces había dudado y renegado de ella. Por un momento sentía que algún querubín se acercaba, devolviéndole el ánimo. Y él seguía. Así se alentaba. Sentía como desde el alma los impulsos de la razón, crecían en esencia y le dictaba el lenguaje del corazón. Pero cuando volvía al silencio, como a tantos otros había vuelto, la cuota de desamor y desesperanza también retornaba.
    Desolado el Payaso miró al espejo, buscando abrirse una puerta.
   -Es evidente no tener que empuñar una espada, ni es necesario llevar una armadura para hallar la risa –dijo el Espejo con sabiduría-. Pero es cierto también que enfrentar el costo de subsistir, muchas veces te halla sin protección y sin armas, sea para tomar una decisión o, definitivamente, para pelear la batalla declarada por la tristeza. Nadie puede vivir en estado de felicidad permanente. Ten paciencia. Sólo confía en aquellos que sonríen, cuando sonríes y lloran, cuando lloras.
   -¿Cómo lo haré? –pensó en voz alta el Payaso-. Si la pena es la verdadera arista que siempre espera con sus filos brillantes y sus ángulos agudos. La que hay que mantener a distancia, sin temerle ni derrotarla del todo, pero cuidando que te asfixie o te lleve, directamente, al estado de soledad. ¿Cómo podré hacerlo?
   -Solo -dijo el cristal.
   -Ahora huyes, como huyen todos –sollozó el cómico.
   -No, Payaso. Lo que haz de buscar, no se encuentra en el brillo donde te miras. Está en el Estado de la Sabiduría –dijo-. Entonces, no busques en los campos el canto de los pájaros, busca siempre entre los tuyos, el canto de la verdad.
   Debió haberlo mirado con desprecio, para que el cristal se empañara así como así, quedando sólo él y su pensamiento. Un leve, pero gesto al fin, de descortesía. No denotaba enojo, más bien un manifiesto de bondad, cargada con viejas penas y duras angustias, difíciles de expurgarlas de un sólo soplido.

Ensayo general
   El Payaso se sintió como un naufragio azotado por la tempestad en alta mar, sin la maldita brújula que le orientara camino dónde. Y fue bote y remo y timón y ancla; soportó fríos, nevadas y escarchas, con tal de encontrarle. Sin embargo, para llegar hasta él, debió remendar y zurcir sus ropajes, como comer caldo y pan duro. Y jugó con juguetes rotos y estudió con cuadernos regalados. Pero nada le impidió atravesar los senderos, siquiera la desesperanza de aquellos que desde la cima le miraban pasar, sin aportar nada. Aunque más no fuera un tibio aliento para atemperar tantos fríos.
   -A veces, lo imposible, es igual a desafíos –le dijo el Mago, caminando entre las brazas ardientes de una fogata.
   -¡Vas a quemarte! –gritó el Payaso horrorizado, intentando socorrerle.
   Y aquél le detuvo, estirando su mano.
   -No. Sólo quema el frío del que ignora –dijo. Y las brazas ardieron en llamas detrás de él-. En cambio vos, con tu sensibilidad, has evitado que el fuego me devore. Y eso, sólo eso, hace que estés aquí. Junto a mí.
   El Payaso le miró, reflexionando sobre las pendientes y elevaciones, las curvas y los trompos vertiginosos, que con temible emoción había practicado, con tal de aprender nuevamente a transmitir alegría. Tampoco había medido las consecuencias ni previsto los riesgos que significó esquivar senderos, cruzar caminos, girar arboledas, ladear rocas, saltar obstáculos y cuánto delante se le interpuso. Solamente pensó que mientras tuviera vida y la razón usare, cada vez que matase un día viejo, tendría la posibilidad de huir en busca de otro nuevo.
   -Todas las respuestas están en las pequeñas diferencias compartidas, así como los significantes momentos por vivir aún –murmuró el Mago, sin dejar de ensayar otro nuevo truco; que consistía en hacer fusionar en el interior de una jaula de agua, a un maniquí sentado sobre un caballo de madera-. Sólo hay que insistir. La disciplina es inflexible, si consistente es la insistencia.
   -Yo soy un Payaso –aclaró el hombre-. No soy un Mago. Sé de risas, no de trucos.
   -¿No?
   -¡Efectivamente! –afirmó casi convencido-. Tal como el guerrero y su espada, que son sinónimos de lucha y batalla.
   -¿Cómo lo sabes? –preguntó el Mago, tapando con una tela negra brillante, las imágenes de madera que tenía como modelos.
   -Porque por más violento o cruel que sea el viento, pocas veces derriba al guerrero o le despoja de sus armas –acotó.
   -¿De qué armas me hablas? –inquirió el Mago, concentrado ahora en lo suyo.
   -Su armadura, el escudo, la espada –respondió el Payaso.
   -¿Esa es la única ley y toda la fuerza qué posee un guerrero para luchar? –intervino el Domador, haciendo sonar el látigo dentro de la jaula y el león mostró los dientes-. ¿Y qué me dices del caballo? Así como para un mago el báculo y para ti la nariz.
   -Forma parte del inventario –respondió rápidamente.
   -Es posible –asintió-. Pero cierto es también, que el animal es quien ayuda al guerrero a transitar el camino. A propósito, ¿dónde está el tuyo?
   El Payaso lo miró sorprendido.
   -¡El mío! –dijo, frunciendo el ceño-. Jamás tuve ni trabajé con uno.
   -Ah, no. ¿Y quién te trajo hasta mí?
   -Yo mismo.
   -¿Tu mismo dices?
   -Sí. Claro –afirmó-. ¿Quién sino?
   -Dices no ser un guerrero, pero vas en busca de la alegría –El Payaso asintió inclinando la cabeza-. Que no tienes caballo, y que has llegado hasta aquí, sin otra ayuda que la propia. ¡Que iluso!
   El Payaso le interrumpió, diciendo:
   -Tampoco es tan así. Siempre me he mantenido dentro de la huella.
   El Domador le miró, asintiendo con un sostenido movimiento de cabeza. También él había cuidado que dicho consejo se desvirtuara al andar ciertos caminos, salvo algunas excepciones, donde los obstáculos son y forman parte del paisaje.
   -¡Eso está bien! –dijo-. Aunque es relativo.
   El Payaso vuelve a interrumpirle.
   -Uno avanza hasta donde puede. Y aunque el rastro sea borroso y algo confuso igual uno sigue. Porque lo que se intenta hallar es la pisada, precisamente.
   -¿De quién ó de qué? –preguntó el Domador; mirándole directamente a los ojos, y el Payaso con afecto se la devolvió. Pero fue tan penetrante y sincera que le dolió mantenérsela por mucho tiempo. La respuesta era más que obvia: la propia.
   -Asimismo olvidas algo muy importante, Payaso –le advirtió el Caballo, saltando las vallas metálicas recién pintadas.
   -¿Qué cosa?
   -Las huellas son alterables –dijo el Caballo completando el círculo de la amplísima pista circense-. Cambian todo el tiempo. Puede que el viento las borre o sencillamente, sea uno mismo al volver a andarlas.  Pero no así de fácil para deshacerse las de la alegría.
   -¿Fácil?
   -¿Te imaginas las de la risa, cuándo existen infinidades de variaciones? –dijo el Animal risueñamente-. Aunque tampoco tienes la obligación de reír con más estridencia para que el timbre sea más perdurable, ni que astille los cristales.
   -Sólo sé lo que he conocido –se defendió el Payaso-, como haré lo aprendido. Sin mi risa no alimentaré a mi familia, ni haré feliz al público.
   -Miente, si es preciso –habló el León desde la jaula, a un costado de la voluminosa carpa-. Yo podría de un zarpazo devorarme al Domador; sin embargo, no es lo que me conviene.
   -¡Oh no! –dijo azorado.
   -Sin mentiras no hay verdades, muchacho –fue la voz del viejo Ilusionista la que, proviniendo desde la oscuridad de la carpa, no aguardó el momento del anuncio.
   -Así como sin verdad no habría una expresión clara, franca y sin lisonja, para corregir o reprenderle a quien intenta engañarla –sostuvo el Malabarista, cuidando equivocar los movimientos al arrojar las esferas al aire una tras otra, sin respiro ni pausa; pero con precisión.
   -Lástima que no pueda decir lo mismo respeto a ti, Payaso –intervino el Animador sin levantar la vista de la pila de papeles que tenía sobre el atril.
   -¡Qué puede saber de lo que afuera ocurre, aquél que siempre vive dentro de libretos y repitiendo frases hechas! –le replicó el Payaso molesto.
   -Que el recuerdo es un estado y la memoria una facultad –respondió orgullosa la voz impostada del Animador, proviniendo de un gigantesco libro que se abrió sobre la pista, del que surgió una mano entre sus hojas, la que muy suavemente comenzó a escribir un mensaje enigmático:
No escuchéis lo que sus lábios os digan,
sentí lo que el corazón os entregue;
más, no vibréis por lo que os haga,
vive pues, lo que de él os quede.
Pues vive lo que en vos os deja,
no vibréis por lo que él os hace;
más, no escuchéis lo que sus lábios os dicen,
si no, sentí lo que a corazón os entregue.
Dado que tu sentir no aceptare lo que ha entregado,
no vibráis por lo que haya hecho,
no escuchéis lo que sus lábios hayan dicho,
ni viváis lo que en vos, haya quedado.
Simplemente: sentiréis y vibraráis
en lo hecho y en lo entregado.
Dicho queda en el corazón:
¿Viviráis libre, a lo visto y escuchado?
   La aparición del Ilusionista empequeñeció al Mago, casi al punto del exterminarlo. Lo que para aquellos parecía cabo, al Payaso le supo a mango. Esa extremidad a la que se aferró con toda sus fuerzas, prestándose a ir en busca de lo perdido.


Estado de Semejanza
   El Payaso anduvo recorriendo diferentes estados. Por momentos estaba en el Estado del Desasosiego y luchaba en su interior con la inseguridad y la desorientación.
   -¿Cómo te llamas? –le preguntó Identidad.
   -Alegría –le respondió el Payaso.
   -¿Así es cómo te haces nombrar? -insistió ella.
   -También me conocen como Payaso -aclaró él, levantando el entrecejo
   -Seguramente –dijo Identidad-. Pero la alegría está llena de sinónimos. Como los hombres y sus apodos.
   -Ah, sí. Claro -reaccionó sonrojado-. Y soy un Aliquem también. Así me apodaron mis amigos.
   -Te apodaron. Tus amigos. ¡Mira!
   -Ajá. Pero sólo de vez en cuando. No siempre. Me gustaría que fuera todo el tiempo.
   -¿Y quién no sabe que «Aliquem» significa Alguien Cualquiera? -enfatizó Identidad.
  -Yo, por ejemplo -dijo él. Y hubo un silencio largo, lo suficientemente necesario para hallar el argumento preciso que justificase tal fallido interpretativo de llamarse Aliquem, y que, como apodo le dijeran: Alguien Cualquiera-. Nada más cierto y sincero como quien se llame José, Elefante o... Identidad. ¿No?
   -¡Ah, no, no! -exclamó Identidad algo sentida-. Si vamos a clasificar, pongamos cada cosa en el sitio que corresponda.
   -¿Para qué?
   -¡Cómo para qué! -se sobresaltó-. Una cosa es intentar ser un ser humano y otra, es todo el tiempo sentir serlo y no darse cuenta.
   -Pero no el animal, que actúa como tal -dijo el Payaso-; así como a veces la facultad no condice con la exactitud.
   -Identidad es mi nombre y pertenezco al Estado de las Palabras -le recordó ésta.
   Un fuerte rugido sorprendió a los dos. Era algo pequeño y poderoso que venía abriéndose camino entre la exuberante vegetación. Las ramas crujían y las hojas se movían con violencia. La bestia maullaba, rugía, zarpaba, desgarrando cuanto a su paso hallaba. Identidad observó la escena con cierta duda, mientras El Payaso Alegría Aliquem Alguien Cualquiera –tal los nombres y apodos con que se lo conocía-, de un salto se escondió detrás del primer árbol que encontró.
   Sin embargo...
   -Gato me han llamado, cuando podría ser Elefante o Bambi. Pues, si Gato me han puesto; Gato he de ser. Así como se llaman Tiburón, Cóndor, Víbora, Mariposa, animales igual son. Y si bien al Estado de los Animales pertenecemos, a veces, ni lo estamos ni lo somos tanto -maulló el felino con orgullo.
   El Payaso se asomó sonriente desde el escondite, interviniendo:
   -Es lo que intento decir desde el principio. ¿Por qué he de llamarme Oscar, Aníbal, Rubén, Tulio o Luis, cuando me llamo Aliquem, y Alguien Cualquiera me dicen? Además de ser un  payaso y mi labor sea hacer reír; o sea: despertar alegría en aquellos que estén tristes, además de cariño -dijo casi convencido-. ¿Tan difícil es entenderlo?
   -Sí, hazme reír.
   -¿Por qué?
   -Porque aunque Aliquem seas y Alguien Cualquiera te hagas llamar. Igual como alegría o payaso, a la Tierra de los Hombres y humano siempre serás.
   -¿Y quién ha dicho lo contrario?
   -Sigo sin entender.
   -¿Más de lo que yo mismo pueda llegar a imaginarme quién fue el inútil, que prefirió robar una alegría en vez de elaborarla? –preguntó molesto el Payaso.
   -¡Me desafías! -se quejó Identidad.
   -Siempre algo, es mejor que nada -inquirió aquél, ante el gesto de duda que dejó entrever Identidad.
   -¿Qué es lo que intentas hacer? -preguntó-. ¿Querer cambiar la historia?
   -No –dijo-. Solamente me deshago de un recuerdo.
   -¡Eso es peligroso! –exclamó ella.
   -Es cierto. Sí. Tan cierto y verdadero como que la historia cambie y me transforme en un total desconocido para ella.
   -Pero no en ella. ¿Verdad? -Identidad estaba empezando a entender.
   -¡Sí! -exclamó el Payaso jubiloso-. Efectivamente.
   -Tal como la Palabra es la esencia del espíritu en estado de pureza inmaculada -comentó Identidad-. Sin embargo, dudo que puedas entrar y salir de la Ignorancia sin que el Saber no lo advierta.
   -Los riesgos son los hijos del tiempo, y las piezas el juego en el tablero de la vida –expresó el Payaso con emoción en los ojos.
   E Identidad estableció lo que no podía verse ni conocerse. Que el Payaso descubriera que la realización de sus planes, no dependía solamente de la alegría que le había sido arrebatada. Se le revelaría en algunos de los rostros de la semblanza. Es decir, en el ánimo del espíritu o en los retratos de su propia alma: la Cara de todos los Espejos del Mundo. Lo lamentable es que Ella vive en los Siete Estados debajo de Tierra. Y aunque eludas nombrarla, sólo se la disfruta vivir, muriendo.

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