sábado, 29 de junio de 2013

"... La más maravillosa música..."



A 39 AÑOS DE LA MUERTE DE JUAN D. PERON
 
Por: Juan Carlos Mortati

    El lugar le era familiar, casi propio. Desde ese espacio había establecido un acuerdo histórico con quien llamó “este pueblo maravilloso” .Desde ese púlpito declamatorio había lanzado las más sublimes proclamas. Las arengas vehementes y encendidas, los coloquios más intimistas con esa masa que “retempla mi espíritu”, repetía. Era el lugar, ese balcón de la Rosada, donde Perón parecía más inmenso que nunca.

“Enfundado en su grueso sobretodo, ya con dificultades para respirar, Perón habla, por última vez, para una multitud que lo aplaude y lo viva. Es una tarde de mucho frío. Por su estado de salud, los médicos le han aconsejado extremar sus cuidados, que delegue por un tiempo la Presidencia. Pero él se niega. –Prefiero morir, con las botas puestas, dijo.”

 Esa tarde fría y otoñal, del 12 de junio era  su despedida. Un poco más de un mes antes, en un extenso discurso ante la Asamblea Legislativa, había dejado su legado testimonial, el sueño y el motivo  por el cual había regresado a su patria, su Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Su postrera contribución que “resume el fruto de tres décadas de experiencia en el pensamiento y en la acción. El Modelo Argentino, precisa la naturaleza de la democracia la cual aspiramos, concibiendo a nuestra Argentina como una democracia plena de justicia social”, decía en aquella oportunidad.

   No cabe duda que, un Perón en el ápice su vida, durante los  aproximados 30 minutos que duró su discurso, aquella tarde del 12 de junio de 1974, debe haber tenido la plena conciencia de la trascendencia política de aquellos días y consecuentemente, de su mensaje. Pujas internas en el Movimiento, un quiebre y desencuentro traumático con un sector de  la juventud, el más beligerante, a los que había calificado de “imberbes, infiltrados y mercenarios”, que “pretenden más méritos que los que lucharon durante veinte años”, sumado a algunos desajustes con sectores empresariales, planteaban un panorama tenso y preocupante.

“Cada uno de nosotros debe ser un realizador, pero ha de ser también un predicador y un agente de vigilancia y control para poder realizar la tarea, y neutralizar lo negativo que tienen los sectores que todavía no han comprendido todo lo que tendrán que comprender”, expresaba así un reclamo a la militancia permanente y testimonial, tras un objetivo de unidad nacional que él consideraba esencial para reencontrar un rumbo y un destino próspero para el país.

   Los gritos desde la Plaza de Mayo, plena y atiborrada, lo entusiasman, “llevaré grabado en mi retina este maravilloso espectáculo, en que el pueblo trabajador de la ciudad y de la Provincia de Buenos Aires me trae el mensaje que yo necesito”.

Y amplia el conjunto de destinatarios de su discurso, “compañeros, con este agradecimiento quiero hacer llegar a todo el pueblo de la República nuestro deseo de seguir trabajando para construir nuestro país y para liberarlo. Esas consignas, que más que mías son del pueblo argentino, las defenderemos hasta el último aliento”.

Nuevamente el griterío confundido con los cánticos y banderas que se agitan, le permiten a Perón  recomponerse y controlar la evidente emoción que empezaba a traducirse en sus palabras.

“Para finalizar, deseo que Dios derrame sobre ustedes todas las venturas y la felicidad que merecen. Les agradezco profundamente que hayan llegado hasta esta histórica Plaza de Mayo”.

  El conglomerado de voces y cánticos es contundente. En medio de un coro inacabable Juan Domingo Perón, expresa esa frase memorable,” Yo me llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”.

Esa frase significó, en la simbología de los testimonios, un abrazo amplio e individual, para todos y cada uno, la intensidad de las vivencias y los ecos perdurables y entrañables de cada etapa, de cada episodio, de cada reivindicación, la contundencia de cada logro.

La frase final. El epitafio. El epigrama de un reconocimiento infinito, a la realidad de su Argentina, a ese proyecto que inauguró una época dignificante. El agradecimiento sin límites a ese pueblo leal que le había dado sentido y presencia histórica a toda su vida brindada a la política.

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