miércoles, 29 de mayo de 2013

La plaza, la historia, la década, el fervor


Por: Juan Carlos Mortati

   En medio del desasosiego de una gestión de Gobierno exhausta, como lo pretenden y expresan, casi con exclusividad, ciertos medios periodísticos, el clima de fiesta y la participación popular alcanzada el pasado sábado en la Plaza de Mayo, parece una medición para nada despreciable en los prolegómenos de una etapa electoral que está tomando forma paulatinamente.

   El Gobierno Nacional tenía dos pilares de gran importancia que sostenían la convocatoria. La fundamental, conmemorar 203 años de la gesta emancipadora del 25 de Mayo de 1810, donde las primeras ideas de Independencia comenzaron a cristalizarse a través de la constitución de la Primera Junta de Gobierno, embrión de una epopeya heroica que se trasformaría en nuestra querida Argentina. La otra motivación de la convocatoria a la histórica Plaza, era más cercana, tenía apenas 10 años de vida y acopiaba en ese recorrido un tiempo en el que tres gestiones de Gobierno marcaron  una etapa distinta, una época donde se avanzó proyectos políticos, impensados en aquel 25 de mayo de 2003, -luego de las dificultades y la severa crisis del 2001-, en que el Justicialismo asumía el compromiso institucional de una nueva gestión. En esa jornada, en que Néstor Kirchner, -toda una incógnita-, recibía los atributos presidenciales de mano de Eduardo Duhalde, cualquier mirada hacia el futuro tenía el signo de una insondable utopía.

 
VIBRACIONES Y CERTEZAS. EL DISCURSO.

  El ambiente festivo y  de celebración que vivieron la muchedumbre, la gente, familias, los grupos militantes, infinidad de rostros jóvenes, la miscelánea popular, durante la tarde y la noche del último sábado lejos estuvo de representar la palpitación de “un fin de ciclo”. Por el contrario, la algarabía, los cánticos y las motivaciones se referenciaban en un sinceramiento profundo de convicciones, de gratitudes, de identificaciones con la perdurabilidad de un tiempo valiente de realidades ganadas, de espacios vivenciales recuperados, de dignidades acrisoladas por una inclusión sin dogmatismos blandos de historia, ni carentes de la madurez de valores reivindicados.

   Era la vibración y la certeza de saborear los resultados de una década ganada al infortunio, a la negatividad, al escollo que impedía la existencia de “un pueblo feliz en una Argentina grande”, de “no nos quitarán el sueño de lograr una Argentina distinta, un país mejor” (sí, es la frase que repetía Perón, y la otra de Raúl Alfonsín, en respuesta a las fustigaciones del Diario Clarín).

    Cristina Fernández de Kirchner habló durante poco más de 45 minutos. “Su recorrido es, naturalmente, largo. No cambia mucho frente a las masas o en un escenario”. Fue contundente “su análisis de lo que quieren significar sus adversarios por “fin de ciclo”. No es el relevo de un gobierno, explicó, sino el arrasamiento de las conquistas y realizaciones de la década”. Y completó más adelante, Son ellos, los que “vienen por todo”. Un “todo” que se refiere a derechos y avances, no a la sustitución institucional de una protagonista. Lo que está en jaque, aseguró, es un abanico de derechos”.

   Un argumento fue categórico: “No soy eterna y tampoco lo quiero”, adujo y repitió un par de veces que es imprescindible “empoderar a la sociedad de estas reformas y conquistas”. Estas expresiones contienen dos aspectos. El primero, una definición categórica hacia el futuro personal de la Presidenta. El segundo, la misión de la gestión de gobierno: fortalecer las condiciones y el nivel de oportunidades de la gente, favorecer la participación y la consolidación de los valores fundamentales que propicien políticas orientadas al desarrollo y el crecimiento económico y social.

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