martes, 30 de abril de 2013

El trabajo: índice de una sociedad con inclusión


Por: Juan Carlos Mortati

    En el Congreso Obrero Socialista donde se organizó  la Segunda Internacional, realizado en Francia en 1889, en la ciudad de París, se acordó establecer el 1º de mayo como una jornada de lucha reivindicativa y de homenaje a los Mártires de Chicago. Estos  sindicalistas anarquistas fueron ejecutados en ese lugar de Estados Unidos como consecuencia y represalia por su participación en la manifestación y huelga por conseguir la jornada laboral  de ocho horas, que iniciada el 1 de mayo de 1886, tuvo su punto culminante el 4 de mayo en a llamada Revuelta de Haymarket.

«Ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa», había sido el lema de otros levantamientos obreros , en Nueva York, unas décadas antes, casi en los albores de la revolución industrial en nuestra América, reivindicado en el paro de 1886.

   Estos acontecimientos simbolizan en el largo historial del trabajo la secuela  de reclamos y movilizaciones por la dignidad laboral. Existen innumerables sucesos que se entrelazan en este amplio catálogo que universaliza esa interrelación de los grupos humanos, su lucha por la supervivencia, y el crecimiento y desarrollo de sus pueblos.

   Juan Pablo II, en su Carta Encíclica “Laborem Excercens”  refiriéndose a la “continua revalorización del trabajo humano” y los cambios surgidos en el mundo, expresaba, “el progreso en cuestión debe llevarse a cabo mediante el hombre y por el hombre y debe producir frutos en el hombre. Una verificación del progreso será el reconocimiento cada vez más maduro de la finalidad del trabajo y el respeto cada vez más universal de los derechos inherentes a él en conformidad con la dignidad del hombre, sujeto del trabajo”.


    Hoy, en un mundo sometido a cambios cíclicos y permanentes, la cuestión laboral acopia cuestiones determinantes que definen la interrelación y armonía de los pueblos y las naciones. No es posible analizar el trabajo sin tener en cuenta una visión global de la economía, y a su vez, si no es en conjunción con el crecimiento y el desarrollo, sin hablar de rentabilidad y producción, promoción de economías regionales y valor agrado en territorio y sobretodo, sin considerar “la verificación y atención de las desigualdades pronunciadas que obstaculizan de múltiples maneras el desarrollo, y son causa central de la pobreza”… “desigualdades agudas que perforan también el sistema educativo”… “produciendo circuitos educativos diferenciados para unos otros, que a su vez refuerzan las desigualdades esenciales”… “y fracturan la cohesión social”.

Las tendencias e ideologías

    Desde la irrupción de la revolución industrial, con la creación de la maquinaria y el automatismo, la construcción laboral tuvo un viraje trascendental desde el trabajo doméstico y artesanal hacia la producción estandarizada de las fábricas. En el tramado de  esa evolución surgieron tendencias y enfoques que abarcan desde la teoría del libre cambio de Adam Smith, traducida en su obra “La riqueza de las naciones”, en las últimas décadas del siglo  Dieciocho, hasta el materialismo dialéctico de la lucha de clases, expresado en “El Capital”, de Carlos Marx, casi cuando el siglo Diecinueve ingresaba en su último decenio. El Vaticano no se demoró, y a los pocos años, allá por 1893, el Papa León XIII, lanzó la “Rerum Novarum” (Las Cosas Nuevas, los nuevos acontecimientos), explicitando ideas que significaron aspectos revolucionarios en el marco de la concepción del trabajo, configurando las relaciones laborales desde la concepción de “la justicia social”, reedificando un orden de valores esenciales para los futuros planteos que se vendrían sobre la humanidad.


   Es después de la Primera Guerra Mundial y en medio del lógico desequilibrio financiero y demográfico de los países maltratados, que desde la pavorosa situación económica, comienzan a pergeñarse entre los cimbronazos de aquella profunda crisis, algunas ideas que todavía aparecían como desapropiadas en medio de un contexto de desigualdades y desesperanzas acuciantes, pero que, pese a los descreídos de su éxito, sustentaron su validez sobre argumentos básicos e inmemorables, que contenían la lógica de la realidad: sólo desde la inversión productiva, generadora de empleo, podría recuperarse para el mundo el crecimiento económico, orientado a un resultado sólido e integrador denominado  “Desarrollo”.

   Comenzaba a sellarse una nueva marca de acción para los avatares del crecimiento y de la geopolítica de los países: la llamada Economía Política. La O.I.T. había establecido un escenario importante, pero todavía en una línea formal, desde su creación en 1919. Hacía falta comenzar a construir una nueva dinámica productiva donde el mundo de los trabajadores pasara a ser un factor esencial en las definiciones económicas.
  

EL ESTADO PRESENTE

     Cuando la depresión económica del “30, en el siglo pasado, la tendencia capitalista  ante la caída productiva y el desempleo, propició la reducción de los salarios como mecanismo de equilibrio del sistema. Ante este método el economista británico John Maynard Keynes, esgrimió su teoría que buscaba enfrentar el problema estructural de la desocupación de la década, desde un Estado participando activamente en el juego del mercado, mediante una política fiscal activa e incursionado con una intensa política inversionista, complementando así los desequilibrios del mercado.

Aquí la obra pública es un factor incentivador del empleo, reactivando y generando la demanda agregada al promover las áreas de producción.

El llamado Estado de Bienestar tuvo su ejemplificación en nuestro país, a partir de, poniendo una fecha emblemática, el 17 de octubre de 1945, cuando la movilización popular en la Plaza de Mayo, selló el nacimiento de un Movimiento nacional, que sustentaría en tres ejes, la soberanía política, la independencia económica y la justicia social, bajo el liderazgo de Juan Domingo Perón y su esposa, María Eva Duarte, inmortalizada como “Evita”. Nacía el Peronismo.

 Su plan de gobierno, caracterizado por el “fifty and fifty” (50% y 50 %), o “capitalismo social”, según algunos ideólogos, logró llevar al sector obrero a una participación del 52 % de la renta global de la economía nacional.

 A medio siglo de entonces la globalización neoliberal implantó su teoría sometida por la rentabilidad financiera internacional. Hoy la puja sigue vigente entre el modelo liberal y el modelo productivo, la  Economía pura y la Economía política. En ese escenario, pese a todo, el trabajo seguirá siendo “el gran organizador social” y el indicador de una sociedad con inclusión de todos los sectores.

Material consultado “La ética de la economía”, de Bernardo Kliksberg. “Laborem Excercen”, Juan pablo II.

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