jueves, 27 de septiembre de 2012

Un eslabón imprescindible en nuestra música popular


Gustavo "Cuchi" Leguizamon

                Nació en la ciudad de Salta, el 27 de Septiembre de 1917. Hijo de José María Leguizamón Todd y María Virginia Outes Tamayo. Cuando tenía 20 años le comunicó a su padre que iba a estudiar Derecho, quien en cambio prefería que fuera a París para perfeccionarse. El Cuchi, no hizo caso y marchó a La Plata, donde en 1945 obtuvo el título de abogado.
               
                Cantó con el coro universitario, jugó rugby y después fue profesor de historia y filosofía, Diputado Provincial y ejerció durante treinta años la abogacía, hasta que decidió abandonar. Según sus palabras: "Estoy harto de vivir en la discordia humana. Me produce una gran satisfacción ver una vieja en el mercado tarareando una música mía. Una vez venía bastante enojado con todos estos inconvenientes que tiene la vida, y un changuito pasó en bicicleta, silbando la Zamba del pañuelo. Entonces lo paré y le pregunté qué es lo que silba: -No sé; me gusta y por eso lo silbo-, me contestó. Ya ves, ésa es la función social de la música".

                En los años 1940, cuanto tenía algo más de 25 años, trenzó una amistad entrañable con el poeta Manuel J. Castilla, el hijo del jefe de la estación de Cerrillos, a quien en una de sus obras mayores le diría: "Padre, ya no hay nadie en la boletería". Al Cuchi, muchas veces con letra de Castilla, le debe la música argentina y universal, zambas, chacareras, carnavalitos, vidalas inolvidables en las que habitan el amor, la tragedia, la miseria, el sarcasmo, la ternura. Era un enamorado de la baguala ("Toda gran zamba encierra una baguala dormida: la baguala es un centro musical geopolítico de mi obra") pero también de Johann Sebastian Bach, Gustav Mahler, Maurice Ravel, Igor Stravinsky, Arnold Schönberg y sobre todo de Beethoven, al que definió con sabiduría como "definitivo". Pero no se quedó ahí, también admiró a otro genio argentino, Enrique "El Mono" Villegas, y a brasileños como Chico Buarque, Milton Nascimento, Vinicius de Moraes ("Las corrientes de música popular americana más importantes están en Brasil") y el jazzista estadounidense Ellington.

                Capaz de organizar, en Salta primero y en Tucumán más tarde, conciertos de campanarios (literalmente, pues el sonido lo proveían los bronces de las iglesias), es cierto que Leguizamón saltó sobre el pentagrama y pulsó cuerdas, digitó teclados, sopló en maderas, cobres y cuernos, como se escribió alguna vez, a pura oreja. La prueba es que intentó también un concierto de locomotoras, fascinado por "ese instrumento musical maravilloso que tiene fácilmente dieciocho escapes de gas que son sonidos y un pito con el cual se pueden hacer maravillas, por no contar su misma marcha".

               
                Impensable en Buenos Aires, Leguizamón- que mascaba hojas de coca, y defendía la costumbre- fue parte del paisaje de Salta, a la que amó profundamente; desde los olores de sus yuyos secos hasta el aire que viene de la quebrada escondida, por la cual el General Manuel Belgrano sorprendió a los españoles. Es autor de las zambas más famosas y que representan a la cultura musical de Salta. Sus obras son características por su armonía y ritmo, por su riqueza melódica y su temática musical. Escribió entre otras: "Zamba del Pañuelo", "Zamba del Mar", "Zamba del Panza Verde" con Jaime Dávalos; "Chacarera del Expediente", "Carnavalito del Duende", “La arenosa”, "Zamba de Argamonte", “La Pomeña”, “Cartas de amor que se queman” y “Balderrama” con Manuel J. Castilla; "Zamba para la Viuda" y “Si llega a ser tucumana” con Miguel Ángel Pérez, "Bajo el azote del Sol" con (Nella Castro); y “Zamba de Anta” con César Perdiguero. Su musicalidad y asonancia fueron únicas y componía algunas de sus obras a la medida de la interpretación del recordado Dúo Salteño, con quien mejor acuñó las disonancias que emergían como duendes traviesos de las melodías. Su simpatía y espontaneidad brotaban a borbotones en la cotidianeidad Salteña. Ganó numerosos premios por su labor artística: Premio SADAIC, Premio Fondo Nacional de la Artes. Compuso una obra que Virtú Maragno la estrenara con la Orquesta Sinfónica de Santa Fe, es su "Preludio y Jadeo", compuso la música para la película "La Redada"  (1997), dirigida por Rolando Pardo, en la que además interpreta como actor a "Picaflor".

                Falleció en Salta el 27 de Septiembre del 2000, dos días antes de que pudiera cumplir los 83 años de edad. A doce años de su fallecimiento, la Dirección de Cultura y Educación, recuerda y honra la memoria de uno de los creadores más talentosos, que enriqueció de manera fundamental los contenidos artísticos y culturales de nuestra música popular.

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