Por: Juan Carlos Mortati
Existen personajes en la historia que
necesitan de una descripción amplia para reconocerlos en el transcurso de los
hechos o para ubicarlos entre otros, cuyos perfiles o realizaciones pueden
confundirse entre muchas figuras e identidades. Otros se deducen a través
de circunstancias de su vida. Algunos
otros, conforman una pléyade de nombres,
cuyos méritos conforman un amplio
pergamino de recuerdos. Pero, no muchos establecen parámetros y prototipos
especiales, esencias y símbolos, que se
vuelven eternos en la memoria colectiva, paradigmas imborrables que perduran
por sobre los cuestionamientos.
Estos, constituyen ese conjunto ungido
por la Historia,
para trazar acontecimientos transformadores, irrepetibles, únicos. Son aquellos
que en el devenir histórico hicieron una época, que son referencias
incuestionables de los sucesos. Son aquellos que al nombrarlos, el buscador de
las cronologías vibra y se ilumina al abrir la página adecuada del historial, para
que todas las manifestaciones de la memoria humana logren revelaciones destacadas,
y transcurran de lo mítico a lo glorioso, de lo seductor a lo emblemático,
unificando amores y aversiones, a través de esa intrincada travesía que
realizan los sentimientos en la infatigable búsqueda de lo heroico, lo
trascendente o lo sublime, para proyectarse e identificarse con los valores que
se materializan en el actuar de esos protagonistas que logran la altura de lo
admirable.
Dice
el periodista Osvaldo Pepe (Clarín, 28/8/2005), refiriéndose a Evita, “Con ella
la Argentina
asomó a una nueva era. La pasión se metió en las entrañas de la racionalidad del
poder, hasta entonces un ejercicio burocrático de élites civiles y militares,
tierra vedada a las mujeres y hostil a las demandas de las mayorías
sumergidas”.
“Ella
conocía las humillaciones de la pobreza como nadie”, y continua, citando una
frase de ella, “todo en la vida de los humildes es melodrama. Melodrama cursi,
barato y ridículo para los hombres
mediocres y egoístas. Porque los pobres no inventan el dolor, ellos lo
aguantan”, dijo alguna vez para acallar a quienes denostaban su paso efímero
por el mundo actoral con altanero desdén”. Y más adelante, el mismo Osvaldo
Pepe, expresa una radiográfica visceral de Eva Perón diciendo, “Evita era fanática hasta las fronteras sin retorno de la
intolerancia”. Tal cual, sólo la muerte la detuvo.
TODAS LAS CARAS, TODAS.
En una de sus reflexiones de años atrás,
la politóloga Liliana De Ritz ,decía, “a las 20 y 25 la señora Eva Perón entró
en la inmortalidad, el comunicado de la radio inundó mi casa de pesadumbre.
Intuí que algo terminaba cuando mi padre anunció que vendrían tiempos
difíciles. Un improvisado altar, con fotos de “la abanderada de los humildes”,
convirtió la calle de mi casa en lugar de peregrinaje de los vecinos. Muchos,
llorando con la emoción que ella había sabido despertar en sus corazones. Aquel
26 de julio Eva logró ser una y muchas a la vez
en la memoria de todos”. Y concluye aquel extenso recordatorio expresando,
“mientras la sociedad argentina se agite en la superficie sin cambiar las aguas
profundas de la política, Eva Perón
resistirá el paso del tiempo convertida en todas las caras de un mismo
mito”.
Evita fue más allá del límite que ejerce el
mito, porque precisamente no se quedó en la superficie y su obra se desarrolló
en las aguas profundas, en las entrañas de lo social, donde la realidad es de
carne y huesos, donde el hambre, el frío, la necesidad y el sentimiento tienen
historicidad y la estadística se mide en rostros con nombre.
El
caminar y el recorrido de las generaciones ha logrado que Evita permanezca, sea un tiempo y una historia,
exista en ese espacio insustituible del corazón, donde anidan y se entrelazan
los sentimientos, donde los mensajes se atemperan y nos reconocemos como
iguales, donde las diferencias encuentran la oportunidad de mostrarse sólo como
distintos rostros y no como espectros de la inclemencia, donde somos capaces de
zambullirnos en las decisiones más temerarias, donde el antes, el después y el
ahora pueden convivir y reconocerse como eslabones inseparables de lo que
somos.
Así es que, en ese coloquio de pasión,
sentimiento e ideología, sigue vigente en
la universalidad del afecto popular aquel augurio metafórico de los versos del
escritor José María Castiñeira de Dios, “aunque la muerte me tiene presa entre
sus cerrazones, yo volveré de la muerte. Volveré y seré millones”.
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