Por: Juan Carlos Mortati
Desesperación, bronca, desolación, desamparo,
emergencias, solidaridad, repuesta oficial, fueron conceptos que durante este
tiempo dejaron su abstracción para encarnarse en medio de la más cruda realidad
de miles de personas y hogares, literalmente a la intemperie. Otras tantas
ideas a partir de ahora parecería, que están volviendo a tener cuerpo con la
seriedad del recaudo y la falta de previsión detectada desde la evaluación de
los acontecimientos recientes.
Al mismo tiempo, resultó conmovedor observar
el escenario que presentó la reacción ante la emergencia y el dolor de tantos, de
parte de la sociedad, desde todos sus estratos comunitarios, para ofrecer ayuda
y respuesta solidaria, con rapidez y una eficiencia participativa que impuso un
hecho mitigador a la desgraciada situación de barrios enteros acosados por el
temporal.
El suceso, en lo inmediato angustiante, y
hacia adelante desolador por lo que hay que rehacer y reconstruir. Historias y
vivencias segadas de cuajo. Sueños y planes anulados en el socavón del
infortunio sorpresivo. El aviso impertinente de lo incontrolable, de lo fatal,
haciendo suyo en un santiamén y sin contemplaciones el desenlace de la ruina de
lo que hasta entonces existía. Desde ese plafón, desde esa desventurada contingencia
emerge, pese al infortunio, el aliento
de abrir el camino nuevamente. Volver a
empezar.
LA VISION TECNICA
Consultado sobre el tema, el ex decano y
profesor de la Facultad
de Arquitectura de la
Universidad de Buenos Aires, el profesor Jaime Sorín planteó
varias observaciones en una nota reciente. Marcó una premisa estructural
esencial, “Cuando cae semejante cantidad de agua es
difícil evitar que haya inundación en ciudades como éstas, atravesadas por
arroyos de llanura. En una llanura el agua escurre lentamente. Eso hay que
tenerlo en cuenta cuando se construye una ciudad. Pero sí se pueden mitigar los
daños.
En la provincia de Buenos Aires hay obras
que están empezadas o faltan terminar y hubo un fenómeno nuevo como la
inundación del centro de La
Plata. Hay que estudiar qué sucedió para que eso ocurra.”
Apuntando a los problemas
concretos, las circunstancias vividas y lo que faltaría ejecutar en la Ciudad de Buenos Aires,
expresó, “Las obras se podrían haber hecho con dinero de la Ciudad, eligiendo las
prioridades. Pero hay que señalar que el sur también es inundable, por donde
pasan los arroyos Erézcano, Elía y Cildáñez. También sobre la avenida
Larrázabal hay una cuenca. No solamente la zona de Belgrano y Núñez se inundó.
También Mataderos, Lugano y Villa Cildáñez, que nunca se había inundado. Además
de la falta de obras, lo que pasó es que en los días anteriores a la tormenta
se cortaron muchas ramas, que quedaron en la vía pública y vinieron los
feriados, y taparon las alcantarillas, sumado a que estamos en otoño y caen más
hojas. Esto hizo una mezcla explosiva. Debió haberse previsto un plan de
contingencia.”
En estas reiteradas
crisis de inundaciones se dan responsabilidades cercanas y otras más distantes
y también existen posibles atenuantes. Se viene generando un cambio climático en
el planeta que no depende de algún gobernante en especial y hay problemas de
urbanismo que se han ido anexando, casi anárquicamente, a través del tiempo y
no son responsabilidad exclusiva de los gobiernos actuales.
PLANIFICAR EL CRECIMIENTO
Sorín agrega que “esta
ciudad tiene un problema de obra y de planificación”…”(Buenos aires) ya no
tiene infraestructura ni para un habitante más. Son códigos puramente
inmobiliarios. Y falta el enfoque de con
qué infraestructura se abastece a las nuevas edificaciones. La infraestructura
está completamente igual que en la década del ’50. En estos últimos diez años
se construyeron 25 millones de metros cuadrados nuevos. Y no se acompañaron con
nueva infraestructura. “
En estas reflexiones del
Arquitecto Sorín ciertamente está la clave de los problemas que soportan no
sólo Buenos Aires o La Plata, sino muchas urbes del interior que ya están teniendo serias problemáticas y se impone una
planificación del crecimiento urbanístico teniendo en cuenta como integrar estos nuevos desafíos que
propone el desarrollo demográfico e industrial y las variantes climáticas.
En la publicación del año
2007, “El cambio climático en Argentina”, editado por la Secretaría de Medio
Ambiente, el profesor emérito de la
UBA e investigador superior del Conicet Vicente Barros
analiza que “el problema de la mayor frecuencia de precipitaciones extremas es
de gran impacto y cabe preguntarse por qué no ha habido toda la adaptación
necesaria”, agregando que “además de las características propias de la
idiosincrasia nacional, habría que explorar en qué medida, un aumento en la
frecuencia de los fenómenos extremos puede ser captado por la conciencia
colectiva y si esta captación sólo se registra cuando en alguna ocasión, los
eventos extremos superen significativamente un cierto umbral de daño”.
Dos
frases de esto último es importante resaltar: “por qué no ha habido toda la
adaptación necesaria”, se refiere a la necesidad de una estrategia planificada
del crecimiento urbano, y la otra “un aumento en la frecuencia de los fenómenos
extremos puede ser captado por la conciencia colectiva”, esa planificación que
se reclama implica también comprender la convivencia equilibrada con la
naturaleza. De lo contrario seguiremos tropezando con la misma piedra.
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