Por: Juan Carlos Mortati
En el Congreso Obrero Socialista
donde se organizó la Segunda Internacional,
realizado en Francia en 1889, en la ciudad de París, se acordó establecer el 1º
de mayo como una jornada de lucha reivindicativa y de homenaje a los Mártires
de Chicago. Estos sindicalistas
anarquistas fueron ejecutados en ese lugar de Estados Unidos como consecuencia
y represalia por su participación en la manifestación y huelga por conseguir la
jornada laboral de ocho horas, que
iniciada el 1 de mayo de 1886, tuvo su punto culminante el 4 de mayo en a
llamada Revuelta de Haymarket.
«Ocho horas para el trabajo, ocho horas para el
sueño y ocho horas para la casa», había sido el lema de otros
levantamientos obreros , en Nueva York, unas décadas antes, casi en los albores
de la revolución industrial en nuestra América, reivindicado en el paro de
1886.
Estos
acontecimientos simbolizan en el largo historial del trabajo la secuela de reclamos y movilizaciones por la dignidad
laboral. Existen innumerables sucesos que se entrelazan en este amplio catálogo
que universaliza esa interrelación de los grupos humanos, su lucha por la
supervivencia, y el crecimiento y desarrollo de sus pueblos.
Juan Pablo II, en su
Carta Encíclica “Laborem Excercens”
refiriéndose a la “continua revalorización del trabajo humano” y los
cambios surgidos en el mundo, expresaba, “el progreso en cuestión debe llevarse
a cabo mediante el hombre y por el hombre y debe producir frutos en el hombre.
Una verificación del progreso será el reconocimiento cada vez más maduro de la
finalidad del trabajo y el respeto cada vez más universal de los derechos inherentes
a él en conformidad con la dignidad del hombre, sujeto del trabajo”.
Hoy, en un mundo
sometido a cambios cíclicos y permanentes, la cuestión laboral acopia cuestiones
determinantes que definen la interrelación y armonía de los pueblos y las naciones.
No es posible analizar el trabajo sin tener en cuenta una visión global de la
economía, y a su vez, si no es en conjunción con el crecimiento y el
desarrollo, sin hablar de rentabilidad y producción, promoción de economías
regionales y valor agrado en territorio y sobretodo, sin considerar “la
verificación y atención de las desigualdades pronunciadas que obstaculizan de
múltiples maneras el desarrollo, y son causa central de la pobreza”… “desigualdades
agudas que perforan también el sistema educativo”… “produciendo circuitos
educativos diferenciados para unos otros, que a su vez refuerzan las
desigualdades esenciales”… “y fracturan la cohesión social”.
Las tendencias e ideologías
Desde la irrupción
de la revolución industrial, con la creación de la maquinaria y el automatismo,
la construcción laboral tuvo un viraje trascendental desde el trabajo doméstico
y artesanal hacia la producción estandarizada de las fábricas. En el tramado de
esa evolución surgieron tendencias y
enfoques que abarcan desde la teoría del libre cambio de Adam Smith, traducida
en su obra “La riqueza de las naciones”, en las últimas décadas del siglo Dieciocho, hasta el materialismo dialéctico
de la lucha de clases, expresado en “El Capital”, de Carlos Marx, casi cuando
el siglo Diecinueve ingresaba en su último decenio. El Vaticano no se demoró, y
a los pocos años, allá por 1893, el Papa León XIII, lanzó la “Rerum Novarum”
(Las Cosas Nuevas, los nuevos acontecimientos), explicitando ideas que
significaron aspectos revolucionarios en el marco de la concepción del trabajo,
configurando las relaciones laborales desde la concepción de “la justicia
social”, reedificando un orden de valores esenciales para los futuros planteos
que se vendrían sobre la humanidad.
Es después de la Primera Guerra
Mundial y en medio del lógico desequilibrio financiero y demográfico de los
países maltratados, que desde la pavorosa situación económica, comienzan a
pergeñarse entre los cimbronazos de aquella profunda crisis, algunas ideas que
todavía aparecían como desapropiadas en medio de un contexto de desigualdades y
desesperanzas acuciantes, pero que, pese a los descreídos de su éxito, sustentaron
su validez sobre argumentos básicos e inmemorables, que contenían la lógica de
la realidad: sólo desde la inversión productiva, generadora de empleo, podría
recuperarse para el mundo el crecimiento económico, orientado a un resultado
sólido e integrador denominado
“Desarrollo”.
Comenzaba a sellarse una nueva marca de acción para los avatares del crecimiento y de la geopolítica de los países: la llamada Economía Política. La O.I.T. había establecido un escenario importante, pero todavía en una línea formal, desde su creación en 1919. Hacía falta comenzar a construir una nueva dinámica productiva donde el mundo de los trabajadores pasara a ser un factor esencial en las definiciones económicas.
EL ESTADO PRESENTE
Cuando la depresión económica del “30, en el
siglo pasado, la tendencia capitalista
ante la caída productiva y el desempleo, propició la reducción de los
salarios como mecanismo de equilibrio del sistema. Ante este método el
economista británico John Maynard Keynes, esgrimió su teoría que buscaba
enfrentar el problema estructural de la desocupación de la década, desde un
Estado participando activamente en el juego del mercado, mediante una política
fiscal activa e incursionado con una intensa política inversionista,
complementando así los desequilibrios del mercado.
Aquí la obra pública es un
factor incentivador del empleo, reactivando y generando la demanda agregada al
promover las áreas de producción.
El llamado Estado de Bienestar
tuvo su ejemplificación en nuestro país, a partir de, poniendo una fecha
emblemática, el 17 de octubre de 1945, cuando la movilización popular en la Plaza de Mayo, selló el
nacimiento de un Movimiento nacional, que sustentaría en tres ejes, la
soberanía política, la independencia económica y la justicia social, bajo el
liderazgo de Juan Domingo Perón y su esposa, María Eva Duarte, inmortalizada
como “Evita”. Nacía el Peronismo.
Su plan de gobierno, caracterizado por el
“fifty and fifty” (50% y 50 %), o “capitalismo social”, según algunos
ideólogos, logró llevar al sector obrero a una participación del 52 % de la renta global de la
economía nacional.
A medio siglo
de entonces la globalización neoliberal implantó su teoría
sometida por la rentabilidad financiera internacional. Hoy la puja sigue
vigente entre el modelo liberal y el modelo productivo, la
Economía pura y la Economía política. En ese escenario, pese a todo,
el trabajo seguirá siendo “el gran organizador social” y el indicador de una
sociedad con inclusión de todos los sectores.
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