Por: Juan Carlos Mortati
La tradicional "fumata
bianca" del Cónclave de Cardenales del Vaticano y la ansiada proclama
"habemus Papa", abrió las instancias de uno de los sucesos más
relevantes de los últimos días: el nuevo Pontífice de la Iglesia Católica,
era un latinoamericano, el Cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio. La noticia
desató sorpresas, entusiasmo, alegrías, especulaciones y la figura de Francisco
I pasó a ser el arquetipo de la nueva etapa que iniciaba el Catolicismo.
Si investigamos en la palabra
"pontífice", observamos que significa el que es o hace las veces de
puente, posteriormente ese término pasó a denominar al mayor dignatario eclesiástico
o religioso. El puente constituye un paso, una transición, un tránsito que une
dos lugares, dos espacios que necesitan una continuidad. Hoy se manifiesta como
la llegada y la apertura de un período de expectativas renovadoras para la vida del Catolicismo.
Todas las miradas están puestas sobre este hombre que tuvo gestos que
impactaron favorablemente, movimientos que traducen más allá de lo exterior un
profundo contenido, sencillo, para todos entendible, simple, que refleja lo
cotidiano de la vida. Desde el nombre elegido y hasta la simple sonrisa, o el
pedido a los fieles que recen por él y la presencia a pocos metros suyo,
durante la ceremonia de Entronización, del cartonero Sánchez.
En
esa línea, Francisco no es solamente un nombre, encierra un inconfundible
mensaje. La direccionalidad hacia “il Poverello de Assisi” ”está abriendo el
panorama a un modelo de Iglesia. Una Iglesia que no debe ser “una ONG piadosa”,
en palabras del propio Papa Francisco, sino que debe ofrecerse en actitud de
amor comprendiendo “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias
de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren,
son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de
Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La
comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son
guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han
recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente
íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia.” (Gozo y
Esperanza, Concilio Vaticano II)
UN “CUADRO”DE LA IGLESIA
Francisco I se ha mostrado rápido,
expeditivo, práctico, sagaz, hábil estratega y conocedor de la actualidad
mundial. Rápidamente marcó la cancha, su misión se sustenta en la fe en
Jesucristo y su materialización en el amor, a todos pero, a los que más
necesitan y a los pobres. Tanto en el almuerzo que compartió con la Presidenta argentina,
Cristina Fernández y el amplio diálogo con Dilma Russef, de Brasil, repasó los
temas esenciales que recorren a América latina y están candentes y a flor de
piel. Ya prometió estar a mediado de año en Aparecida, San Pablo, en un
encuentro continental de juventudes. En ese mismo lugar hace cinco años habían
delineado los objetivos pastorales, junto a los obispos americanos y el
entonces Benedicto XVI, para una Latinoamérica que estaba creciendo en su
convicción de región emergente y sus políticas públicas de mayor inclusión. Bergoglio
había sido uno de los principales redactores de aquel documento pastoral.
En tono
risueño, Jorge Bergoglio le comentó, durante la reunión que tuvieron con
nuestra Presidenta que “me habrán elegido a mí siendo viejo porque no tendrían
a otro”. Cristina le contestó, “no lo creo, Ud., es un cuadro de la Iglesia”. De estadista a
estadista, ambos comprendieron claramente el alcance y el mensaje de ambas frases.
Cada tiempo tiene su signo y su oportunidad,
está en los hombres que lideran interpretarlos y ejecutarlos. El otro lado del
puente nos muestra otro paisaje, un mundo actual complejo y una Iglesia inmersa
en él que debe afrontar diferentes demandas y dar acertadas respuestas. Una de
ellas abrir al mundo los planteos y novedades pendientes expresadas en aquel Concilio
Vaticano II.
Uno de los teólogos que colaboró en aquel
Concilio Ecuménico Vaticano II fue el suizo Hans Küng, quien en un reciente reportaje sobre
qué deberá hacer el nuevo Papa, se cuestionaba “llevará a cabo las reformas que
durante las últimas décadas fueron bloqueadas por sus predecesores? O
simplemente dejará que las cosas sigan como hasta ahora?”.
El teólogo, sacerdote y presidente dela
Fundación por una Etica Mundial, considera que estas preguntas tienen dos respuestas:
“si el Papa se embarca en la vía de la reforma, encontrará un amplio apoyo
incluso fuera de los muros de la Iglesia Católica. Pero si continua con el
atrincheramiento actual, la presión será cada vez mayor y provocará reformas
desde fuera, sin la aprobación de la jerarquía e incluso contra los intentos de
la jerarquía por paralizarlas”.
Varios son los temas que deberán ingresar al
debate interno de la Iglesia
pero, quizá dos son los que ofrecen una expectativa especial. Uno, el referido
al diálogo con Las demás iglesias y confesiones en busca de un camino ecuménico
de integración y unidad, al menos como una movilización de orientación en
conjunto. Otro, referido no en cuanto a abolir el celibato sino más bien,
incorporar la opción matrimonial para los sacerdotes.
Quizá este Francisco del siglo XXI, se
convierta en el puente hacia ese anhelo de “un cielo nuevo y una tierra nueva”,
que aun en medio del desconcierto, proclama esperanzado el Apocalipsis del
evangelista Juan.
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