jueves, 21 de marzo de 2013

Un puente hacia un paisaje distinto


Por: Juan Carlos Mortati
 
   La tradicional "fumata bianca" del Cónclave de Cardenales del Vaticano y la ansiada proclama "habemus Papa", abrió las instancias de uno de los sucesos más relevantes de los últimos días: el nuevo Pontífice de la Iglesia Católica, era un latinoamericano, el Cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio. La noticia desató sorpresas, entusiasmo, alegrías, especulaciones y la figura de Francisco I pasó a ser el arquetipo de la nueva etapa que iniciaba el Catolicismo.

   Si investigamos en la palabra "pontífice", observamos que significa el que es o hace las veces de puente, posteriormente ese término pasó a denominar al mayor dignatario eclesiástico o religioso. El puente constituye un paso, una transición, un tránsito que une dos lugares, dos espacios que necesitan una continuidad. Hoy se manifiesta como la llegada y la apertura de un período de expectativas  renovadoras para la vida del Catolicismo. Todas las miradas están puestas sobre este hombre que tuvo gestos que impactaron favorablemente, movimientos que traducen más allá de lo exterior un profundo contenido, sencillo, para todos entendible, simple, que refleja lo cotidiano de la vida. Desde el nombre elegido y hasta la simple sonrisa, o el pedido a los fieles que recen por él y la presencia a pocos metros suyo, durante la ceremonia de Entronización, del cartonero Sánchez.

        En esa línea, Francisco no es solamente un nombre, encierra un inconfundible mensaje. La direccionalidad hacia “il Poverello de Assisi” ”está abriendo el panorama a un modelo de Iglesia. Una Iglesia que no debe ser “una ONG piadosa”, en palabras del propio Papa Francisco, sino que debe ofrecerse en actitud de amor comprendiendo “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia.” (Gozo y Esperanza, Concilio Vaticano II)

UN “CUADRO”DE LA IGLESIA

    Francisco I se ha mostrado rápido, expeditivo, práctico, sagaz, hábil estratega y conocedor de la actualidad mundial. Rápidamente marcó la cancha, su misión se sustenta en la fe en Jesucristo y su materialización en el amor, a todos pero, a los que más necesitan y a los pobres. Tanto en el almuerzo que compartió con la Presidenta argentina, Cristina Fernández y el amplio diálogo con Dilma Russef, de Brasil, repasó los temas esenciales que recorren a América latina y están candentes y a flor de piel. Ya prometió estar a mediado de año en Aparecida, San Pablo, en un encuentro continental de juventudes. En ese mismo lugar hace cinco años habían delineado los objetivos pastorales, junto a los obispos americanos y el entonces Benedicto XVI, para una Latinoamérica que estaba creciendo en su convicción de región emergente y sus políticas públicas de mayor inclusión. Bergoglio había sido uno de los principales redactores de aquel documento pastoral.

  En tono risueño, Jorge Bergoglio le comentó, durante la reunión que tuvieron con nuestra Presidenta que “me habrán elegido a mí siendo viejo porque no tendrían a otro”. Cristina le contestó, “no lo creo, Ud., es un cuadro de la Iglesia”. De estadista a estadista, ambos comprendieron claramente el alcance y el mensaje de ambas  frases.

  Cada tiempo tiene su signo y su oportunidad, está en los hombres que lideran interpretarlos y ejecutarlos. El otro lado del puente nos muestra otro paisaje, un mundo actual complejo y una Iglesia inmersa en él que debe afrontar diferentes demandas y dar acertadas respuestas. Una de ellas abrir al mundo los planteos y novedades pendientes expresadas en aquel Concilio Vaticano II.

  Uno de los teólogos que colaboró en aquel Concilio Ecuménico Vaticano II fue el suizo Hans  Küng, quien en un reciente reportaje sobre qué deberá hacer el nuevo Papa, se cuestionaba “llevará a cabo las reformas que durante las últimas décadas fueron bloqueadas por sus predecesores? O simplemente dejará que las cosas sigan como hasta ahora?”.

  El teólogo, sacerdote y presidente dela Fundación por una Etica Mundial, considera que estas preguntas tienen dos respuestas: “si el Papa se embarca en la vía de la reforma, encontrará un amplio apoyo incluso fuera de los muros de la Iglesia Católica. Pero si continua con el atrincheramiento actual, la presión será cada vez mayor y provocará reformas desde fuera, sin la aprobación de la jerarquía e incluso contra los intentos de la jerarquía por paralizarlas”.

  Varios son los temas que deberán ingresar al debate interno de la Iglesia pero, quizá dos son los que ofrecen una expectativa especial. Uno, el referido al diálogo con Las demás iglesias y confesiones en busca de un camino ecuménico de integración y unidad, al menos como una movilización de orientación en conjunto. Otro, referido no en cuanto a abolir el celibato sino más bien, incorporar la opción matrimonial para los sacerdotes.

  Quizá este Francisco del siglo XXI, se convierta en el puente hacia ese anhelo de “un cielo nuevo y una tierra nueva”, que aun en medio del desconcierto, proclama esperanzado el Apocalipsis del evangelista Juan.

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