miércoles, 9 de enero de 2013

El desafío de la continuidad del proyecto



 Por: Juan Carlos Mortati


    Es un hecho eminentemente destacable que, desde hace cerca de una década, se ha reavivado un pensamiento latinoamericanista. El MERCOSUR, la UNASUR Unidad de Naciones Americanas del cono SUR y la CELAC, que amplía esa integración a los países del Caribe, son una muestra institucional de un proyecto económico-socio-político actual que se está dando en la región. Desde la actualidad que vivimos en lo que va este siglo XXI, ¿una réplica del anhelo sanmartiniano-bolivariano “de la América grande y unida”?  La conmemoración de una década “Bicentenaria” de sucesos épicos y heroicos lo amerita, y lo auspiciaría, al menos como reconocimiento a aquellos lejanos años donde se desarrolló el embrión de nuestra realidad como patria independiente. De todos modos, desde su propio enfoque, cada uno tendrá su apreciación.

LA VIGENCIA DE ESE PENSAMIENTO

Ciertos acontecimientos, como el secuestro del Presidente Correa de Ecuador por un sector mediático-militar, ocurrido dos años atrás,  la destitución de Lugo en Paraguay en medio de un juicio político de celeridad supersónica, la situación re-eleccionaria de Cristina Fernández en Argentina y ahora el problema de salud de Hugo Chaves ante su inminente asunción a un nuevo período de gobierno en Venezuela, instalan la alternativa de la continuidad de aquel sueño sanmartiniano o bien, de este posicionamiento latinoamericanista de la mayoría de los países que nos involucran como bloque regional.

Si bien
existe un hilo conductor que los asemeja, en cada país las características del soporte político, los liderazgos y la composición del modelo presenta particularidades y situaciones diversas. Un punto en común que estos nuevos gobiernos latinoamericanos de inicio del siglo XXI, consiste en que debieron afrontar  el encuadre  de medidas económicas neoliberales planteadas desde aquel memorable “Consenso de Whasington”, en 1989, a través del Instituto para Economía Internacional, mediante un listado de directrices que impusieron un disciplinamiento en el desenvolvimiento económico hacia el resto de América. Su mentor fue John Willianson, acorde a las exigencias del FMI y el Banco Mundial. El detalle destacable fue el endeudamiento constante y la caída productiva de sus economías que se sucedieron sistemáticamente a partir de ese modelo y del cual todavía sobrellevan secuelas.

 Superar las consecuencias de esa realidad significó para los países del Cono Sur recuperar el sentido de la soberanía nacional y comprender que el eje del cambio debía sustentarse sobre la preeminencia de una decisión política intensa, donde los Estados marcaran las orientaciones esenciales del funcionamiento del crecimiento económico, cuyo destino debe ser el desarrollo con inclusión social.
 Hoy, esta idea se ha consolidado. No son alucinaciones de un  “posicionamiento de izquierda” como, livianamente, se las ha catalogado. Constituyen un planteo político, con una estructuración socio-económica coherente con las exigencias de un mundo que busca mayor equidad, más participación, mejor desarrollo y sustentabilidad de social. “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, había expresado ante la Asamblea de las Naciones Unidas, al final de la llamada “Guerra fría” (mediados de los `60), Paulo VI, en aquel memorable documento sobre las perspectivas que se presentaban entonces para el universo de las naciones. Aunque, lamentablemente, volvió a ser una “una voz que clamaba en el desierto”, ante la persistente ambición de las hegemónicas directrices dictadas desde las eternas cúspides del poder económico mundial.

LA CONSISTENCIA DE ESTE NUEVO TIEMPO

 La mayoría de los gobiernos de Latinoamérica sobrellevan instancias cruciales. Dice al respecto, en una reciente nota el analista Luis Brustein, “Todos los gobiernos populares afrontan un desafío que hasta ahora sólo superó el petismo (P. Trabajadores) brasileño. Y en Argentina ese problema pasará a ocupar un lugar central a partir de las elecciones de este año. Son movimientos democráticos: no se trata solamente de elegir al indicado sino que además tiene que ganar la aceptación de las mayorías. Pero además, el problema de la continuidad no se reduce a la continuidad en el gobierno, sino también a la continuidad de las políticas. Se trata por un lado de consolidar mayorías electorales y por el otro apuntalar las estructuras políticas de apoyo. Los movimientos iniciales de estos procesos se han recostado en fuertes liderazgos personales para atravesar barreras culturales y prejuicios y sobreponerse a las debilidades de origen, pero la única forma de garantizar continuidad es que los movimientos políticos logren trascender más allá de los gobiernos e incluso de estos liderazgos tan determinantes. Aún en la oposición, un movimiento popular fuerte puede impedir que se deshaga lo que se consiguió, no solamente en el proceso de integración regional que tiene una proyección estratégica, sino también en otros aspectos en los que se ha avanzado. La clave está en la vitalidad de los movimientos políticos que sustentan estos gobiernos. “
 Hay un gran camino realizado. Existe una tarea a continuar y estructuralmente, mucho por construir. La alternativa es sólida y es un tiempo especial para fortalecerla. Sobre esta instancia  expresaba en un reportaje reciente, el economista argentino Bernardo Klisberg, al comentar su libro “Primero la gente”,
“Actualmente, en un mundo donde hay dos grandes modelos en pugna, el neoliberal ortodoxo y alternativas bajo excelentes caminos donde la inclusión social juega un papel importante, Unasur es la vanguardia de lo segundo, probablemente junto con los países nórdicos. Es muy importante dirimir cómo será el siglo XXI. Y por otra parte es una construcción muy importante en sí misma para los miembros de Unasur. Sin un espacio de estas características los proyectos nacionales tendrían menos viabilidad. La existencia de un espacio de integración regional los potencia, ya sea por complementariedades económicas o porque la negociación económica conjunta gana fuerza, ya sea en términos de un gran e importante mercado interno colectivo. El ejemplo es el intercambio de la Argentina con Brasil, que crece año a año. Ese mercado interno cada vez más ampliado permite desarrollar mejor los proyectos nacionales. Y así, a su vez, se puede construir una alternativa.”

Estamos ante el desafió de la continuidad del proyecto latinoamericanista. No es nuevo, la idea tiene ya 200 años. La oportunidad se actualiza en nosotros.

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