Por: Juan Carlos Mortati
Es un hecho eminentemente destacable que,
desde hace cerca de una década, se ha reavivado un pensamiento
latinoamericanista. El MERCOSUR, la UNASUR Unidad de Naciones Americanas del cono SUR
y la CELAC, que
amplía esa integración a los países del Caribe, son una muestra institucional de
un proyecto económico-socio-político actual que se está dando en la región.
Desde la actualidad que vivimos en lo que va este siglo XXI, ¿una réplica del
anhelo sanmartiniano-bolivariano “de la América grande y unida”? La conmemoración de una década “Bicentenaria”
de sucesos épicos y heroicos lo amerita, y lo auspiciaría, al menos como
reconocimiento a aquellos lejanos años donde se desarrolló el embrión de
nuestra realidad como patria independiente. De todos modos, desde su propio enfoque,
cada uno tendrá su apreciación.
LA VIGENCIA
DE ESE PENSAMIENTO
Ciertos acontecimientos, como el secuestro del Presidente
Correa de Ecuador por un sector mediático-militar, ocurrido dos años atrás, la destitución de Lugo en Paraguay en medio de
un juicio político de celeridad supersónica, la situación re-eleccionaria de
Cristina Fernández en Argentina y ahora el problema de salud de Hugo Chaves ante
su inminente asunción a un nuevo período de gobierno en Venezuela, instalan la
alternativa de la continuidad de aquel sueño sanmartiniano o bien, de este
posicionamiento latinoamericanista de la mayoría de los países que nos
involucran como bloque regional.
Si bien
existe un hilo conductor que los asemeja, en cada
país las características del soporte político, los liderazgos y la composición
del modelo presenta particularidades y situaciones diversas. Un punto en común
que estos nuevos gobiernos latinoamericanos de inicio del siglo XXI, consiste
en que debieron afrontar el
encuadre de medidas económicas
neoliberales planteadas desde aquel memorable “Consenso de Whasington”, en 1989, a través del
Instituto para Economía Internacional, mediante un listado de directrices que
impusieron un disciplinamiento en el desenvolvimiento económico hacia el resto
de América. Su mentor fue John Willianson, acorde a las exigencias del FMI y el
Banco Mundial. El detalle destacable fue el endeudamiento constante y la caída
productiva de sus economías que se sucedieron sistemáticamente a partir de ese
modelo y del cual todavía sobrellevan secuelas.
Superar las
consecuencias de esa realidad significó para los países del Cono Sur recuperar
el sentido de la soberanía nacional y comprender que el eje del cambio debía
sustentarse sobre la preeminencia de una decisión política intensa, donde los
Estados marcaran las orientaciones esenciales del funcionamiento del
crecimiento económico, cuyo destino debe ser el desarrollo con inclusión
social.
Hoy, esta idea se ha consolidado. No son
alucinaciones de un “posicionamiento de
izquierda” como, livianamente, se las ha catalogado. Constituyen un planteo
político, con una estructuración socio-económica coherente con las exigencias
de un mundo que busca mayor equidad, más participación, mejor desarrollo y
sustentabilidad de social. “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, había
expresado ante la Asamblea
de las Naciones Unidas, al final de la llamada “Guerra fría” (mediados de los
`60), Paulo VI, en aquel memorable documento sobre las perspectivas que se presentaban
entonces para el universo de las naciones. Aunque, lamentablemente, volvió a
ser una “una voz que clamaba en el desierto”, ante la persistente ambición de
las hegemónicas directrices dictadas desde las eternas cúspides del poder económico
mundial.
LA
CONSISTENCIA DE ESTE NUEVO TIEMPO
Hay un gran camino realizado. Existe una tarea
a continuar y estructuralmente, mucho por construir. La alternativa es sólida y
es un tiempo especial para fortalecerla. Sobre esta instancia expresaba en un reportaje reciente, el
economista argentino Bernardo Klisberg, al comentar su libro “Primero la
gente”,
“Actualmente,
en un mundo donde hay dos grandes modelos en pugna, el neoliberal ortodoxo y
alternativas bajo excelentes caminos donde la inclusión social juega un papel
importante, Unasur es la vanguardia de lo segundo, probablemente junto con los
países nórdicos. Es muy importante dirimir cómo será el siglo XXI. Y por otra
parte es una construcción muy importante en sí misma para los miembros de
Unasur. Sin un espacio de estas características los proyectos nacionales
tendrían menos viabilidad. La existencia de un espacio de integración regional
los potencia, ya sea por complementariedades económicas o porque la negociación
económica conjunta gana fuerza, ya sea en términos de un gran e importante
mercado interno colectivo. El ejemplo es el intercambio de la Argentina con Brasil,
que crece año a año. Ese mercado interno cada vez más ampliado permite
desarrollar mejor los proyectos nacionales. Y así, a su vez, se puede construir
una alternativa.”
Estamos ante el desafió de la continuidad del proyecto
latinoamericanista. No es nuevo, la idea tiene ya 200 años. La oportunidad se
actualiza en nosotros.
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