Por: Juan
Carlos Mortati
Cuando en su libro “Microfísica del poder”,
expresó que “la política es la disputa por el sentido de una sociedad”, el
historiador de las ideas, el teórico social, el psicólogo y filósofo francés Michel
Foucault, concibió posiblemente una de las visiones más sintética y acertada de
la política, y paralelamente estaba graficando el contenido pleno de la
militancia. Las imágenes de la movilización
“del Mayo francés”, allá por 1968, habían forjado los perfiles más
concretos de su pensamiento. Misceláneas de la dialéctica social hegeliana y la
dinámica existencialista de Martín Heidegger
marcaron su postura, como influyeron
también en la mayoría de las etapas sociales “sesentistas” que se sucedieron
y de la década siguiente.
Los tiempos de la resistencia peronista,
durante los dieciocho años de su proscripción de la vida institucional de
nuestro país, embebidos en la mística que
provenía de los dos primeros períodos justicialistas, tuvieron su
manifestación militante también durante esos años “Sesenta”, hasta lograr su
ápice durante aquel 17 de noviembre de 1972, gratificada por el regreso al país
de su líder, Juan Domingo Perón. Punto de llegada de una movida “de resistencia
y aguante” que se nutrió de variadas vertientes, que se conjugaron en una misma
fortificación, traducida en militancia activa, riesgosa, vibrante, acorde a la
rivalidad que debió sortear durante esos años duros y emblemáticos. Desde esa
incansable cruzada se compuso el axioma más revelador de una perseverancia ideológica
sin tregua, pujante, sin arrugues, entramada por tiempos urgidos por circunstancias
cruciales, que jalonaron de gloria popular e íconos insurgentes, como el inolvidable
Cordobazo, un prolongado y memorioso historial.
No hay
militancia sin convicciones, ni
convicciones auténticas sin militancia. Aquel 17 de noviembre, engalanado como el día
de la Militancia
Peronista, estableció el lacrado de una jornada que, desde su
impronta y su expresión propuso un mensaje generacional que eternizó la
militancia como la vivencia de convicciones transformadoras, como la invitación
a ser protagonistas de tiempos y situaciones que abren esperanzas y preparan horizontes
certeros, no como metáfora de “la victoria final”, sino como derroteros de “las
victorias fundamentales”, las que se alcanzan desde la construcción asidua de
la coyuntura cotidiana. Las que formulan realidades y las que proponen lugares
convincentes. Ahí se configura la militancia que sigue vigente con el panorama
de múltiples ideales y nos permite ser partícipes de la edificación del siempre
desafiante sentido de nuestra sociedad.
Enfocada desde esa textura, la militancia
seguirá existiendo como una exigencia irrenunciable de las causas y de sólidas convicciones para proyectarse en acción, para
transformarse en una actitud constante de cambio, en la interioridad de cada
uno y el irrenunciable compromiso comunitario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario