viernes, 16 de noviembre de 2012

La irrenunciable militancia


Por: Juan Carlos Mortati

   Cuando en su libro “Microfísica del poder”, expresó que “la política es la disputa por el sentido de una sociedad”, el historiador de las ideas, el teórico social, el psicólogo y filósofo francés Michel Foucault, concibió posiblemente una de las visiones más sintética y acertada de la política, y paralelamente estaba graficando el contenido pleno de la militancia. Las imágenes de la movilización  “del Mayo francés”, allá por 1968, habían forjado los perfiles más concretos de su pensamiento. Misceláneas de la dialéctica social hegeliana y la dinámica existencialista de Martín Heidegger  marcaron su postura, como influyeron  también en la mayoría de las etapas sociales “sesentistas” que se sucedieron y de la década siguiente.
  
   Los tiempos de la resistencia peronista, durante los dieciocho años de su proscripción de la vida institucional de nuestro país, embebidos en la mística que  provenía de los dos primeros períodos justicialistas, tuvieron su manifestación militante también durante esos años “Sesenta”, hasta lograr su ápice durante aquel 17 de noviembre de 1972, gratificada por el regreso al país de su líder, Juan Domingo Perón. Punto de llegada de una movida “de resistencia y aguante” que se nutrió de variadas vertientes, que se conjugaron en una misma fortificación, traducida en militancia activa, riesgosa, vibrante, acorde a la rivalidad que debió sortear durante esos años duros y emblemáticos. Desde esa incansable cruzada se compuso el axioma más revelador de una perseverancia ideológica sin tregua, pujante, sin arrugues, entramada por tiempos urgidos por circunstancias cruciales, que jalonaron de gloria popular e íconos insurgentes, como el inolvidable Cordobazo, un prolongado y memorioso historial.
 
No hay militancia  sin convicciones, ni convicciones auténticas sin militancia.  Aquel 17 de noviembre, engalanado como el día de la Militancia Peronista, estableció el lacrado de una jornada que, desde su impronta y su expresión propuso un mensaje generacional que eternizó la militancia como la vivencia de convicciones transformadoras, como la invitación a ser protagonistas de tiempos y situaciones que abren esperanzas y preparan horizontes certeros, no como metáfora de “la victoria final”, sino como derroteros de “las victorias fundamentales”, las que se alcanzan desde la construcción asidua de la coyuntura cotidiana. Las que formulan realidades y las que proponen lugares convincentes. Ahí se configura la militancia que sigue vigente con el panorama de múltiples ideales y nos permite ser partícipes de la edificación del siempre desafiante  sentido de nuestra sociedad.
   Enfocada desde esa textura, la militancia seguirá existiendo como una exigencia irrenunciable de las causas y de sólidas  convicciones para proyectarse en acción, para transformarse en una actitud constante de cambio, en la interioridad de cada uno y el irrenunciable compromiso comunitario.

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