Por: Juan Carlos Mortati
La sola mención de la palabra “inmigrantes” es para la
mayoría de los argentinos un disparador de inacabables cuestiones que confluyen
en el hondo sentido de nuestra identidad. Juan Bautista Alberdi, en las
primeras páginas de su “Bases y puntos de partida para la Organización política
de la República
Argentina” expresaba refiriéndose al objetivo de su obra que, "es una
colaboración al proceso
constituyente, ayudando a los diputados a fijar las bases de criterio para
marchar en la cuestión constitucional. Ocupándome de la cuestión argentina,
tengo necesidad de tocar la cuestión de la América
del Sud, para explicar con más claridad de dónde viene, dónde está y adónde va la República Argentina,
en cuanto a sus destinos políticos y sociales."
En esas reflexiones ya aparece inserta la idea del
crecimiento de este territorio que tenía el desafío institucional de construir
la gran confederación de sus provincias. Alberdi, al igual que Sarmiento y
muchos otros de aquella generación llamada “del 37”, resumieron el pensamiento
de la política demográfica en la famosa frase que se recuerda de Alberdi:
“gobernar es poblar”. Organizar institucionalmente el territorio para poblar la Nación, “mediante la
promoción de la inmigración europea, especialmente de anglosajones, alemanes, suecos y suizos.
Así se crece como Estado,
se llama al progreso y a la civilización”, con esa palabras completa su idea el
célebre constitucionalista tucumano. Precisamente, en esa mirada que encerraba
el anhelo de asemejarse a Europa, radicó uno de las dificultades y
controversias del proyecto de aquellos hombres. Aspiraban a una inmigración
europea selectiva. Sarmiento se lamentará más tarde de que “los inmigrantes que
llegaron eran del sur de Europa y del Medio Oriente”.
EL MESTIZAJE
PERDIDO. EL CRISOL QUE NO FUE. LA IDENTIDAD QUE SE DIO.
En cierta forma las
distintas oleadas inmigratorias siguieron la lógica de la Conquista aunque, como lo explicara Pacho O”Donnel en
una charla televisiva, con un espíritu diferente, eminentemente productivo. Las
duras experiencias europeas del siglo diez y ocho y las primera décadas del
siglo diez y nueve, y las contemporáneas vivencias de estas tierras americanas,
ofrecían perspectivas distintas, para nada despreciables. América era la tierra
ubérrima, nueva, atractiva, donde había mucho por hacer.
En toda esa
construcción demográfica, a partir de mediados del siglo XIX, existió también en
nuestro territorio una decisión política de conquista interna, auspiciada por
intereses británicos, que abrió terreno a la urgida “expansión civilizatoria”: la
dramática expulsión de las etnias
aborígenes hacia los confines del territorio. Algunos revisionistas de nuestra historia
se refieren a esos sucesos como “el mestizaje perdido” o “el crisol que no fue”,
en comparación a los procesos más integracionistas que dieron en otros países
latinoamericanos, cómo Mexico, Perú, Bolivia, Chile, por citar algunos. Pero la
historia fue tal como sucedió y quienes fueron arribando desde el viejo
continente a esa Argentina que iba apareciendo a la faz de la tierra, hallaron en
estas extensiones un vergel que había que sembrar y cultivar día tras día, desde
la única dimensión humana posible de progreso, desde el esfuerzo constante y el
trabajo.
Con una mirada amplia
sobre el mapa conformado por esas diversas oleadas migratorias, ansiosas y
esperanzadas de futuro, los tiempos posteriores reivindicaron la bicentenaria
decisión del Primer Triunvirato, del 4 de setiembre de 1812, mediante la que
ofrecían “su inmediata protección a los individuos de todas las naciones y a
sus familias que deseen fijar su domicilio en el territorio”, cuando en el año
1949, por un Decreto numerado 21.430, se
lo estableció como día nacional del inmigrante. Significó el reconocimiento y
la buenaventura para un escenario social de Argentina, ya casi definitivo,
concluido el infortunio de la
Segunda Gran Guerra Mundial.
A través de las
diferentes etapas históricas en que se fue dando, la inmigración, fue fusionando
una integración que marcó perfiles característicos, que repitieron y aportaron
tradiciones y herencias culturales que significaron el basamento demográfico que
permitió a nuestra Nación llegar a lo que hoy somos, un país plural atravesado
por el colorido de muchas etnias, una de las nuevas economías emergentes
consolidada y una identidad propia de argentinidad que aun seguimos
construyendo.
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