martes, 4 de septiembre de 2012

Con el colorido de muchas razas


Por: Juan Carlos Mortati

La sola mención de la palabra “inmigrantes” es para la mayoría de los argentinos un disparador de inacabables cuestiones que confluyen en el hondo sentido de nuestra identidad. Juan Bautista Alberdi, en las primeras páginas de su “Bases y puntos de partida para la Organización política de la República Argentina” expresaba refiriéndose al  objetivo de su obra que, "es una colaboración al proceso constituyente, ayudando a los diputados a fijar las bases de criterio para marchar en la cuestión constitucional. Ocupándome de la cuestión argentina, tengo necesidad de tocar la cuestión de la América del Sud, para explicar con más claridad de dónde viene, dónde está y adónde va la República Argentina, en cuanto a sus destinos políticos y sociales."

En esas reflexiones ya aparece inserta la idea del crecimiento de este territorio que tenía el desafío institucional de construir la gran confederación de sus provincias. Alberdi, al igual que Sarmiento y muchos otros de aquella generación llamada “del 37”, resumieron el pensamiento de la política demográfica en la famosa frase que se recuerda de Alberdi: “gobernar es poblar”. Organizar institucionalmente el territorio para poblar la Nación, “mediante la promoción de la inmigración europea, especialmente de anglosajones, alemanes, suecos y suizos. Así se crece como Estado, se llama al progreso y a la civilización”, con esa palabras completa su idea el célebre constitucionalista tucumano. Precisamente, en esa mirada que encerraba el anhelo de asemejarse a Europa, radicó uno de las dificultades y controversias del proyecto de aquellos hombres. Aspiraban a una inmigración europea selectiva. Sarmiento se lamentará más tarde de que “los inmigrantes que llegaron eran del sur de Europa y del Medio Oriente”.


  EL MESTIZAJE PERDIDO. EL CRISOL QUE NO FUE. LA IDENTIDAD QUE SE DIO.

  En cierta forma las distintas oleadas inmigratorias siguieron la lógica de la Conquista  aunque, como lo explicara Pacho O”Donnel en una charla televisiva, con un espíritu diferente, eminentemente productivo. Las duras experiencias europeas del siglo diez y ocho y las primera décadas del siglo diez y nueve, y las contemporáneas vivencias de estas tierras americanas, ofrecían perspectivas distintas, para nada despreciables. América era la tierra ubérrima, nueva, atractiva, donde había mucho por hacer.

  En toda esa construcción demográfica, a partir de mediados del siglo XIX, existió también en nuestro territorio una decisión política de conquista interna, auspiciada por intereses británicos, que abrió terreno a la urgida “expansión civilizatoria”: la dramática expulsión  de las etnias aborígenes hacia los confines del territorio. Algunos revisionistas de nuestra historia se refieren a esos sucesos como “el mestizaje perdido” o “el crisol que no fue”, en comparación a los procesos más integracionistas que dieron en otros países latinoamericanos, cómo Mexico, Perú, Bolivia, Chile, por citar algunos. Pero la historia fue tal como sucedió y quienes fueron arribando desde el viejo continente a esa Argentina que iba apareciendo a la faz de la tierra, hallaron en estas extensiones un vergel que había que sembrar y cultivar día tras día, desde la única dimensión humana posible de progreso, desde el esfuerzo constante y el trabajo.

 Con una mirada amplia sobre el mapa conformado por esas diversas oleadas migratorias, ansiosas y esperanzadas de futuro, los tiempos posteriores reivindicaron la bicentenaria decisión del Primer Triunvirato, del 4 de setiembre de 1812, mediante la que ofrecían “su inmediata protección a los individuos de todas las naciones y a sus familias que deseen fijar su domicilio en el territorio”, cuando en el año 1949, por un Decreto numerado 21.430,  se lo estableció como día nacional del inmigrante. Significó el reconocimiento y la buenaventura para un escenario social de Argentina, ya casi definitivo, concluido el infortunio de la Segunda Gran Guerra Mundial.

 A través de las diferentes etapas históricas en que se fue dando, la inmigración, fue fusionando una integración que marcó perfiles característicos, que repitieron y aportaron tradiciones y herencias culturales que significaron el basamento demográfico que permitió a nuestra Nación llegar a lo que hoy somos, un país plural atravesado por el colorido de muchas etnias, una de las nuevas economías emergentes consolidada y una identidad propia de argentinidad que aun seguimos construyendo.

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