Por: Juan Carlos Mortati
Siete años al lado Perón fue el exiguo
espacio que le brindó la vida para incorporar su existencia a las páginas más
trascendentales de la historia argentina del siglo XX.
Desde María
Eva Duarte, nombre desde el cual
irrumpió al escenario de la más sublime transformación social y política
de la realidad nacional hasta el escuálido Eva Perón, epitafio que le
endilgaron aquellos, quienes,-aún ya muerta y su cadáver profanado-, le
temieron como al reproche de sus propias culpas destituyentes, en ese lapso, hubo un maravillo tiempo donde fue, sin necesidad de aditamentos, EVITA.
Desde
ese nombre, con que la bautizaron sus “queridos descamisados”, encendió un
etapa donde “fue el centro de un creciente poder y se convirtió en el alma del
movimiento peronista, en su esencia y en su voz. Adorada y a la vez odiada por
millones de argentinos, lo que jamás provocó fue la indiferencia”.
“Con
sólo veintiséis años, realizó una gigantesca obra, que a través de la Fundación que llevaba su
nombre llegó a todo el país para suplir las carencias temporarias de un
proceso de redistribución del ingreso y nacionalización de la economía.
Fogosa,
tenaz, sus discursos de barricada identificaban con precisión al enemigo. Tenía un techo señalado por la devoción
incondicional a su esposo. Su obrerismo trocaba de signo si algún
sindicato se oponía a Perón”.
Así fue
Evita, vehemente, apasionada. Estaba signada por la premura de las realidades
que quería transformar. Su antorcha ardió un tiempo escaso, escamoteado por un
destino dolorosamente incomprensible para quienes habían representado mucho más
que las circunstancias propicias y oportunas de entonces, para que el bendito
derrame distributivo, encarnara
felizmente una insurgente historia de inclusión social, que abrió
puertas de esperanzas largamente clausuradas para muchos argentinos.
El enlace
de sentimientos, veneración y gratitud que suscitó seguirá existiendo en la
simbología de toda la grandeza que su obra generó y persistirá en quienes
asimilaron el mensaje de su premonitoria frase, cuando ya su vida se quebraba, “…quedarán
jirones de mi vida pero, yo se que ustedes tomarán mi nombre y lo llevarán como
bandera a la victoria”. Fue una invitación abierta, una convocatoria sin
fronteras, ni de tiempo ni generaciones. Cuando la lucha es por la dignidad,
“el límite es el cielo”.
(Material de
Consulta, Monografía sobre Evita de Hugo Presman)
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