“…LA MAS MARAVILLOSA MUSICA…”
Por: Juan Carlos Mortati
El lugar le
era familiar, casi propio. Desde ese espacio había establecido un acuerdo
histórico con quien llamó “este pueblo maravilloso”. Desde ese púlpito
declamatorio había lanzado las más sublimes proclamas. Las arengas vehementes y
encendidas, los coloquios más intimistas con esa masa que “retempla mi
espíritu”, repetía. Era el lugar, ese balcón de la Rosada, donde Perón parecía
más inmenso que nunca.
“Enfundado
en su grueso sobretodo, ya con dificultades para respirar, Perón habla, por
última vez, para una multitud que lo aplaude y lo viva. Es una tarde de mucho
frío. Por su estado de salud, los médicos le han aconsejado extremar sus cuidados, que delegue
por un tiempo la Presidencia. Pero
él se niega. –Prefiero morir, con las botas puestas, dijo.”
Esa tarde fría y
otoñal, del 12 de junio era su despedida. Un poco más de un mes antes, en un
extenso discurso ante la Asamblea
Legislativa, había dejado su legado testimonial, el sueño y
el motivo por el cual había regresado a
su patria, su Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Su postrera
contribución que “resume el fruto de tres décadas de experiencia en el
pensamiento y en la acción. El Modelo Argentino, precisa la naturaleza de la
democracia la cual aspiramos, concibiendo a nuestra Argentina como una
democracia plena de justicia social”, decía en aquella oportunidad.
No cabe duda que,
un Perón en el ápice su vida, durante los
aproximados 30 minutos, que duró su discurso aquella tarde del 12 de
junio de 1974, debe haber tenido la plena conciencia de la trascendencia
política de aquellos días y consecuentemente, de su mensaje. Pujas internas en
el Movimiento, un quiebre y desencuentro
traumático con un sector de la
juventud, el más beligerante, a los que
había calificado de “imberbes, infiltrados y mercenarios”, que “pretenden más
méritos que los que lucharon durante veinte años”, sumado a algunos desajustes
con sectores empresariales, planteaban un panorama tenso y preocupante.
“Cada uno de nosotros debe ser un realizador, pero ha de ser
también un predicador y un agente de vigilancia y control para poder realizar
la tarea, y neutralizar lo negativo que tienen los sectores que todavía no han
comprendido todo lo que tendrán que comprender”, expresaba así un reclamo a la
militancia permanente y testimonial, tras un objetivo de unidad nacional que él
consideraba esencial para reencontrar un rumbo y un destino próspero para el
país.
Los gritos desde la Plaza de Mayo, plena y atiborrada, lo entusiasman, “llevaré grabado
en mi retina este maravilloso
espectáculo, en que el pueblo trabajador de la ciudad y de la Provincia de Buenos
aires me trae el mensaje que yo necesito”.
Y amplia el
conjunto de destinatarios de su discurso, “compañeros, con este agradecimiento
quiero hacer llegar a todo el pueblo de la República nuestro deseo de seguir trabajando para
construir nuestro país y para liberarlo. Esas consignas, que más que mías son
del pueblo argentino, las defenderemos hasta el último aliento”.
Nuevamente el griterío confundido con los cánticos y
banderas que se agitan, le permiten a Perón recomponerse y controlar la
evidente emoción que empezaba a traducirse en sus palabras.
“Para
finalizar, deseo que Dios derrame sobre ustedes todas las venturas y la
felicidad que merecen. Les agradezco profundamente que hayan llegado hasta esta
histórica Plaza de Mayo”.
El conglomerado de
voces y cánticos es contundente. En medio de
un coro inacabable Juan Domingo Perón, expresa esa frase memorable,” Yo
me llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del
pueblo argentino”.
Esa frase significó, en la simbología de los testimonios, un
abrazo amplio e individual, para todos y cada uno, la intensidad de las
vivencias y los ecos perdurables y entrañables de cada etapa, de cada episodio,
de cada reivindicación, la contundencia de cada logro.
La frase final. El epitafio. El epigrama de un reconocimiento
infinito, a la realidad de su Argentina, a ese proyecto que inauguró una época
dignificante. El agradecimiento sin límites a ese pueblo leal que le había dado
sentido y presencia histórica a toda su vida brindada a la política.
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