Fue uno de esos contados artistas que nos hacen preguntar qué
misterio, qué magia produjo semejante comunión con el público. Como ejecutante
del bandoneón no fue un estilista como Pedro Maffia, ni un virtuoso como Carlos
Marcucci, ni un creador múltiple como Pedro Laurenz, ni un fraseador como
CiriacoOrtiz. Pero de todos tuvo algo y fue, fundamentalmente, él mismo,
personalidad y sentimiento en la expresión. Como director de orquesta cultivó
un estilo netamente tanguero, equilibrado, sin efectismos y de buen gusto.
Supo rodearse de los mejores ejecutantes de acuerdo a sus
ideas musicales; eligió buenos cantores, que a su lado invariablemente dieron
le mejor de sí, a punto tal que una vez alejados de su orquesta, a lo sumo
parcialmente y por poco tiempo rindieron al mismo nivel. Supo además elegir el
repertorio sin doblegarse ante las imposiciones de las empresas grabadoras.
Finalmente, fue un inspirado compositor, creador de temas que perdurarán, lo
mismo que sus versiones de obras ajenas, transformadas en clásicos a través del
tiempo.
Han dicho que tenía algo de Maffia, pero si alguien ha
influido más claramente en su forma de tocar, en la de hacer conversar al
bandoneón, en la capacidad de conmover estirando las notas en sus fraseos, ése
ha sido Ciriaco Ortiz. Tocaba ligeramente inclinado hacia adelante, los ojos
cerrados, la papada colgando. Pasado el tiempo, comentó: «Se dice que yo me
emociono demasiado a menudo y que lloro. Sí, es cierto. Pero nunca lo hago por
cosas sin importancia».
El bandoneón lo atrapó cuando lo escuchó sonar en cafés de
su barrio. Tenía 10 años cuando convenció a la madre de que le comprara uno. Lo
obtuvieron a 140 pesos de entonces, a pagar en 14 cuotas, pero luego de la
cuarta el comerciante murió y nunca nadie les reclamó el resto. Con ese
instrumento tocó casi toda su vida. Su primer contacto con el público fue a los
11 años, en un escenario próximo al Abasto, bullicioso mercado frutihortícola
convertido hoy en un shopping center. Luego integró una orquesta de señoritas,
y a los 14 años ya tuvo la ocurrencia de formar un quinteto. En diciembre de
1930 integró el renombrado sexteto conducido por el violinista Elvino Vardaro y
el pianista Osvaldo Pugliese, donde Pichuco tuvo de ladero por primera vez a Ciriaco
Ortiz. El segundo violín del conjunto era Alfredo Gobbi (hijo), luego célebre
director de orquesta. De ese mítico sexteto no quedó ningún registro
discográfico.
Aníbal Carmelo Troilo, alias “Pichuco”, nació en el
porteño Barrio de Abasto el 11 de Julio de 1914.
Fue un personaje mítico de Buenos Aires, a quien, como
describió un poeta, "un 18 de mayo, el bandoneón se le cayó de las
manos"; sucedió en el año 1975. La Dirección de Cultura, al cumplirse en la fecha el
37º aniversario de su desaparición, rinde homenaje y recuerda al popular “bandoneón
mayor de Buenos Aires”.
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