A 39 AÑOS DE LA MUERTE DE JUAN D. PERON
Por: Juan Carlos Mortati
El lugar le era familiar, casi propio.
Desde ese espacio había establecido un acuerdo histórico con quien llamó “este
pueblo maravilloso” .Desde ese púlpito declamatorio había lanzado las más sublimes
proclamas. Las arengas vehementes y encendidas, los coloquios más intimistas
con esa masa que “retempla mi espíritu”, repetía. Era el lugar, ese balcón de la Rosada, donde Perón parecía
más inmenso que nunca.
“Enfundado en su grueso sobretodo, ya con dificultades para
respirar, Perón habla, por última vez, para una multitud que lo aplaude y lo
viva. Es una tarde de mucho frío. Por su estado de salud, los médicos le han aconsejado
extremar sus cuidados, que delegue por un tiempo la Presidencia. Pero
él se niega. –Prefiero morir, con las botas puestas, dijo.”
Esa tarde fría y
otoñal, del 12 de junio era su
despedida. Un poco más de un mes antes, en un extenso discurso ante la Asamblea Legislativa,
había dejado su legado testimonial, el sueño y el motivo por el cual había regresado a su patria, su
Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Su postrera contribución que
“resume el fruto de tres décadas de experiencia en el pensamiento y en la
acción. El Modelo Argentino, precisa la naturaleza de la democracia la cual
aspiramos, concibiendo a nuestra Argentina como una democracia plena de
justicia social”, decía en aquella oportunidad.
No cabe duda que,
un Perón en el ápice su vida, durante los
aproximados 30 minutos que duró su discurso, aquella tarde del 12 de
junio de 1974, debe haber tenido la plena conciencia de la trascendencia
política de aquellos días y consecuentemente, de su mensaje. Pujas internas en
el Movimiento, un quiebre y desencuentro traumático con un sector de la juventud, el más beligerante, a los que
había calificado de “imberbes, infiltrados y mercenarios”, que “pretenden más
méritos que los que lucharon durante veinte años”, sumado a algunos desajustes
con sectores empresariales, planteaban un panorama tenso y preocupante.
“Cada uno
de nosotros debe ser un realizador, pero ha de ser también un predicador y un
agente de vigilancia y control para poder realizar la tarea, y neutralizar lo
negativo que tienen los sectores que
todavía no han comprendido todo lo que tendrán que comprender”, expresaba así
un reclamo a la militancia permanente y testimonial, tras un objetivo de unidad
nacional que él consideraba esencial para reencontrar un rumbo y un destino próspero
para el país.
Los
gritos desde la Plaza
de Mayo, plena y atiborrada, lo entusiasman, “llevaré grabado en mi retina este
maravilloso espectáculo, en que el pueblo trabajador de la ciudad y de la Provincia de Buenos Aires
me trae el mensaje que yo necesito”.
Y amplia el
conjunto de destinatarios de su discurso, “compañeros, con este agradecimiento
quiero hacer llegar a todo el pueblo de la República nuestro deseo de seguir trabajando para
construir nuestro país y para liberarlo. Esas consignas, que más que mías son
del pueblo argentino, las defenderemos hasta el último aliento”.
Nuevamente el griterío confundido con los cánticos y
banderas que se agitan, le permiten a Perón recomponerse y controlar la evidente emoción
que empezaba a traducirse en sus palabras.
“Para finalizar, deseo que Dios derrame sobre ustedes todas
las venturas y la felicidad que merecen. Les agradezco profundamente que hayan
llegado hasta esta histórica Plaza de Mayo”.
El conglomerado de
voces y cánticos es contundente. En medio de un coro inacabable Juan Domingo
Perón, expresa esa frase memorable,” Yo me llevo en mis oídos la más maravillosa
música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”.
Esa frase significó, en la simbología de los testimonios, un
abrazo amplio e individual, para todos y cada uno, la intensidad de las
vivencias y los ecos perdurables y entrañables de cada etapa, de cada episodio,
de cada reivindicación, la contundencia de cada logro.
La frase final. El epitafio. El epigrama de un
reconocimiento infinito, a la realidad de su Argentina, a ese proyecto que inauguró
una época dignificante. El agradecimiento sin límites a ese pueblo leal que le
había dado sentido y presencia histórica a toda su vida brindada a la política.